7/31/2011

EL SUEÑO

Tengo casi cincuenta años, y hoy me desperté, a regañadientes, de un sueño voluptuoso. No soy de los que recuerdan lo soñado, salvo raras excepciones. Como en todo sueño, no podía precisar dónde estaba, ni qué hacía allí. Me encontraba sentado a una mesa con otras personas, probablemente en algún bar muy concurrido porque el ruido de las conversaciones, mezclado con el de la música, era alto y nos obligaba a inclinarnos para escucharnos. Además, todo el tiempo circulaba gente que nos rozaba o nos empujaba distraídamente. A mi lado había una muchacha muy joven, con un vestido que le llegaba hasta un poco más arriba de las rodillas. Un vestido que hoy no se usaría porque era de una tela estampada, muy liviana, abotonado a lo largo de la parte delantera. Yo sabía que había llegado con ella, aunque eso estaba fuera del sueño, o la vigilia borró partes del mismo, de a poco, con el avance del día, como fue diluyendo detalles, percepciones y hasta las sensaciones en la piel con las que desperté. El cabello le caía casi hasta los hombros, castaño y ondulado. Hablaba animadamente con otra de las chicas sentadas a la mesa y con el muchacho que tenía al frente.
El ruido en el lugar crecía y cada vez debíamos alzar más la voz para entendernos. En un momento la chica se apoyó en mi hombro y me habló al oído. Su voz lamiéndome aceleró la sangre y de inmediato comencé a tener una erección. A partir de allí, las otras personas, el lugar mismo, todo, pasó a ser solo un contexto lejano. Apoyé mi mano sobre la rodilla y pude sentir la tibieza y la suavidad de su piel. Ella apoyó su mano apenas sobre la mía, como un gesto de aprobación, mientras seguía hablando con su compañera. Yo la miraba. La miraba y no la oía. Contemplaba su perfil; el cabello que, a modo de delicados resortes, armonizaba con su gesticulación; las aletas de la nariz respirando, todo como en una película sin sonido. Mi mano subía lentamente hacia arriba, donde la calidez aumentaba y la piel se tornaba más delicada al tacto. Las piernas se abrieron un poco más, facilitándome la tarea de llegar hasta el fondo. Créanme que, cuando mis dedos despegaron la tela de la bombacha, una prenda leve que apenas se ajustaba al cuerpo, y se deslizaron hasta su pubis, sentí la rugosidad de los vellos, a la vez suaves y crujientes, con una sensibilidad táctil que difícilmente hoy posea.
Yo seguía mirándola. En ese momento su conversación se alteró, como si hubiese tragado saliva. Terminó la frase, se dio vuelta y me miró unos segundos antes de inclinarse para besarme. Uno de mis dedos ahora jugaba, moroso, en su interior y me transmitía una humedad deliciosamente viscosa, mientras otra humedad, la de su lengua se abría paso enloquecida en mi boca. Nos fundimos en negro para aparecer en otro lugar.
Un sillón conocido en una casa desconocida, donde me encontraba sentado, con ella encima, el vestido desabotonado y sus tetas firmes y pequeñas, ofrecidas a la batalla de las manos y la lengua como armas infalibles. En el reflejo del ventanal lateral la veía ascender y descender mientras mi boca se esmeraba en el largo recorrido desde su entrepierna hasta sus labios ansiosos. La tomé de las nalgas y la fui apoyando sobre la pija, buscando que esa herida jugosa empezase a ceder mientras mis ojos se encontraban con sus ojos marrones antes de que los cerrara con el primer gemido profundo. Muy despacio y apretadamente me fui introduciendo.
Me desperté sintiendo su guante amoroso deslizándose y latiendo aún en el pene, y el aliento sobre la cara, como un fantasma que empieza a disolverse.
Como dije, tengo casi cincuenta años, pero descubrí a uno de veinte que también me habita, y no es otro más que yo.

7/15/2011

SALVEN A LOS ANIMALES

No podría decirse que Rubén Sandri no tuvo opción, si bien a esa velocidad, decidir parece un verbo de uso restringido. También es opinable que, ante una situación crítica, la razón deje paso a esa entidad intangible que es el inconsciente para cederle el control. Una acción instintiva, aducirán muchos, es la más genuina expresión de la persona; es un momento de verdad.

Yo estoy convencido de que Rubén, aún en esa fracción de segundo en la que el perro amaga a cruzar la ruta a su derecha y el chico sale del camino de tierra con su bicicleta y endereza por la banquina izquierda, pudo decidir, e hizo la maniobra que le indicaban sus convicciones.

J A (abril 2010 - crónicas del agujero)

http://ventrlocuo.blogspot.com/2011/07/salven-los-animales.html

8/01/2010

CÍRCULO ADMIRABLE

Muy joven aún para las glorias de las Letras, tuve ocasión de acercarme a un escritor de considerable reputación. Además de pedirle que autografiara su último libro, me animé a confesarle que mi solicitud no era un mero cholulismo. Me acerqué a él porque lo admiraba. Se distrajo firmando un par de ejemplares para unas señoras muy pintadas y aromáticas, balbuceó un par de palabras, alguna sonrisa tartamuda de agradecimiento y me devolvió la atención. Qué interesante, me dijo sin afectación, yo cuando empecé admiraba a X, y aún sigo admirándolo, por más que mi escritura se aleje de lo que él hace. Cruzamos algunas palabras más y la marea mediática de la feria se lo llevó iluminado para una nota en la TV (nunca supe en qué canal pasan esas entrevistas).

Años después, esta vez en una Convención que me tenía entre sus jóvenes promesas, me encontré con X, un hombre un tanto mayor que yo, pero no tanto como se podría pensar. Era una de las figuras centrales del encuentro, y el hecho de compartiésemos ponencias; almuerzos y cenas hizo que nos franqueáramos cierta confianza. La última noche, luego de las exposiciones finales, cenamos uno a la par de otro y cuando el vino había instalado un aura de camaradería en toda la sala, le conté de aquél otro escritor y de la admiración que le profesaba el mismo. Notable, me contestó, nunca lo hubiese imaginado, por el contrario, siempre creí que él subestimaba mis libros. Ya en un tono de generosa confidencia X me dijo que, de los autores locales, admiraba a Z.

Finalmente las Letras me hicieron un pequeño, ínfimo, lugar entre sus glorias. Z era un autor rutilante, además su personalidad enigmática; su porte de viejo aventurero; elegante y seductor, acaparaba la atención estuviese donde estuviese. En cambio yo tenía tendencia a desaparecer en las reuniones con más de tres personas; me quedaba en los rincones atento al despliegue del resto de los asistentes; mi ámbito eran los “suburbios sociales”. Sin embargo, pese a mi asumida timidez, si tenía interés en entablar conversación con alguien en particular, no dudaba, me lo imponía y allí iba. Eso ocurrió durante la entrega de unos premios nacionales; Z había sido uno de los cinco integrantes del prestigioso jurado que había determinado al campeón de la palabra en el tradicional certamen. Si bien no alcancé esta vez a subir al podio, una mención menor me tuvo entre los invitados. En un momento estuvo frente a mí, sirviéndose un vaso de vino tinto y nos pusimos a charlar. La conversación se fue deslizando por una idea que tenía Z acerca de los suplementos culturales de los diarios –de los cuales se servía– y del mercado editorial, que dejaba afuera a muchos escritores de valía. De pronto mencionó la palabra mágica, dijo que le admiraba la labor solitaria de varios de ellos que aún sabiendo que jamás entrarían dentro del canon no cejaban en su intento de expresarse como creían, al margen de los dictámenes de la academia o del mercado. A esa altura X había alcanzado fama internacional, incluso superior a la que ostentaba Z. Le conté la anécdota, y me animé a más, le dije que me interesaba profundamente conocer a quién admiraba él. Z llevó la cabeza hacia atrás, me miró socarronamente y levantando la copa de vino me dijo: ni lo dudés muchacho, a vos.
J A (2010)

5/13/2010

EL REFLEJO

Los perros que me muerden desde adentro mientras el horizonte se quiebra y la ventana proyecta una sombra sobre los marcos de las fotos que no distingo e ilumina las paredes blancas de la oficina. Las borraduras del estereotipo quemadas por la mirada vacía cuando el dolor de las dentelladas cesa y uno se aferra a ese único segundo que va desde la profundidad de la nostalgia a la euforia fugaz de la felicidad. Después, los perros mastican y mastican y las voces de las autoridades me dan náuseas el juego se estupidiza, la pose y la pregunta, esa sensación de inutilidad que prensa más que las mandíbulas del carroñero, y la vida se va goteando.

Por la ventana veo el andar mudo de una mujer que se detiene y acomoda el pelo ante el reflejo creyéndose sola en el mundo y pienso en su felicidad. Las tapas de una revista se enredan en la brisa de un otoño extraño y las hojas de los árboles son una ilusión en la gran ciudad mugrienta, maloliente. Sin embargo hay algo de belleza en la naturaleza urbana cuando imagino este lugar antes, antes de nosotros, yermo, quemado por la seca, u oxidado por una vejez que no tendrá límites. Las variables tienden al infinito y eso es lo peor, su finitud es cuestionada a cada momento. Los perros vuelven y en la esquina un auto choca a otro que enviado sin control sobre la vereda embiste a la mujer que hace unos segundos se acomodaba el pelo ante el espejo de mi ventana sin verme. Todo se sucede precariamente, con un orden secreto provocado por la fragilidad de lo que somos. Mañana pasaré por allí y encontraré un zapato blanco y solo, gastado de mejores días y me preguntaré por el color de los ojos de la mujer embestida o si ella es apenas ese zapato extraordinario abandonado en el cordón de la calle intentando ganarse algo de esa luz lúgubre que prevalece como anuncio de un invierno ciclotímico.

La aridez de la estupidez y la premura de lo que perdura encienden los dedos del escriba maldito que se va en los tipos desobedientes de toda armonía. Los espectros son cada vez más rotundos y la parálisis no tiene remedio ni conjuro. Se va como en sangre a despoblar los ductos laberínticos de una forma que no hallará cauce. Los perros con su dolor anuncian la blandura, representan lo que son, una especie de ser mitológico olvidado por los poetas y recuperado por la miseria. No sirve gritar. Nadie oye. La mujer se acomoda el pelo y hasta se endereza un poco para levantar los senos antes de seguir camino a su muerte. Pienso en su felicidad. En lo que cavila en ese momento frente al ventanal qué perros la muerden qué infinito la desprecia qué eternidad la seduce qué olvido la sentencia.

4/02/2010

Dialoguitos

— Pero yo le dije que no me siguiera, y usted lo hizo…
— Se equivoca, muchacho, no lo seguí. En todo caso, caminamos el mismo camino.
— ¿Le parece?
— No
— ¿Entonces?
— Entonces… usted pregunta demasiado ¿no le parece?
— Ahora es usted el que pregunta
— Volvemos a empezar; yo lo sigo; yo pregunto ¿qué más?
— Nada.
— ¿Nada?
— Sí, nada. Usted por su camino, y yo por el mío.
— Qué fácil. Cada uno por su camino. Como si no fuese ese el problema…
— Qué problema
— Empezamos de nuevo con las preguntas capciosas
— ¿Capciosa? Capciosa sería una argumentación, o una sugerencia, para arrancarle una respuesta que pueda comprometerlo, o que favorezca a algún propósito mío.
— Bueno. Y qué. No hace eso. Confundirme para que nuestros caminos coincidan.
— Pero si soy yo quien le pidió que no me siguiera…
— Y por qué está tan seguro de que yo lo sigo. Pienso que es al revés ¡Usted me sigue a mí, jovenzuelo!

http://ventrlocuo.blogspot.com/2010/04/dialoguitos.html

3/18/2010

EL GESTO

Con estas manos
que horadaron tu vestido
y trazaron un estuario
en tu piel.
Con los dedos que supieron
escribir pero también humedecer
los labios para que el aire caliente y estremecido
alimentara una nube ínfima
y la piel se esparciera
sobre el ansia
o el sabor de la menta
de la mañana
de la noche
de las sobras
que dejabas
como un rastro precario
mientras
de a poco
me despedazabas
y el alma de los trenes
ascendía en humo
al cielo de los esfuerzos.
Con el estupor
cuando
te diste vuelta
y estas manos
en vano
el gesto de mariposa
muerta en el charco
dibujaron
aquel verano demasiado caluroso.

Jorge Alberdi, 2009

2/22/2010

EN LA NOCHE

Cada vez que volvés la cabeza
en la noche
a hurtadillas de tu amor de siempre
y en una franja
de oscuridad
la grieta fulgurante
de mi último abrazo
el que doblegó las aristas
de tus desalojos
inundó la cavernosa tempestad de la lengua
o martilló sobre tus cruces
las tachuelas de la locura
te arroja al rito
aquello ausente
engarza un nuevo riesgo
“el futuro no llegó del todo”
murmurás
y seguís el camino de las baldozas
de la fidelidad.
Los semáforos cumplen su cometido
y la noche cierra su equipaje.

Jorge Alberdi, enero 2010
http://ventrlocuo.blogspot.com/2010/02/en-la-noche.html

11/15/2009

LA VISITA

Desde el ojo de la tormenta / las puertas flexibles del pasado.

Mordidas lentejuelas / que en la noche se ofrecen / estimulantes imágenes.

De algún lado, trémula / del largo día que adormecido / creó el tornado / las trampas del deseo / y todo el parecerse que dobla / brillos clandestinos de aceite.

El viento estruja lo que inflama / lo lleva contra la pared / lo arrastra por el suelo / lo sube lo baja de la cama / lo añora en la cocina / lo envuelve como un pulpo, / desvanece la identidad.

Desde ese silencio culposo / desde otro lecho / los poros de tu dueño / desde la estirpe en espera / la mixtura del gen y el sueño / la negligencia de las sociedades / el canibalizar de la mirada.

De donde sea / para irte con la madrugada / ahíta de leche de estrellas / escaldada en el vértice inquietante / acarreando algo de mí en los pliegues / todos, vacíos de secretos, salvo vos / vos, entera, ardida y esfumada en colonia / descalza / por el jardín de la tibieza que se acaba.

Jorge Alberdi, noviembre 2009
http://ventrlocuo.blogspot.com/2009/11/la-visita.html

11/02/2009

EN LA SOMBRA

En la hoguera
del cuerpo que prende
las luces del árbol navideño
y amarsala la vida
en su combustión,
Yo me he pronunciado
a gritos,
en la quebrada del espasmo
ahuyentando viejos rencores
apelando al incierto resabio del recuerdo
endemoniado bebedor
de valles con sortija
una ruleta que rueda
y se posa en el 0.
Yo he sonreído
a la voz en el teléfono
dejándole entrever mi ironía
que no es más que un mohín
un tono, un acento, un cambio de ritmo
un minúsculo gesto de derrota.
Yo enloquecí en las pendientes
sin asidero de tu arrojarte al vacío
y como autómata dejé que la mirada
inundara los planos de lo que siempre concurre
pero detrás de un vidrio fosforado.
Velos, texturas, un baile en la sombra.
Sin final, no hay final
para el ciclo que te mata y te revive.

Jorge Alberdi /(borrador) noviembre 2009

10/25/2009

TODAS ELLAS

La última foto estaba amarilla porque había estado en los estantes de una repisa, y una sobre otra habían dejado diferentes veladuras. Pero las recuerdo bien. Tenía unos años menos, y recién su cuerpo comenzaba a desplazar a la niñez. Su mirada era verde como un lago durante un día nublado, y ya chispeaba ese brillo hipnótico que conocí luego. Después estaban las otras fotos, más actuales, y aquellas que ya nos sacábamos juntos, en los andenes del ferrocarril, cruzando las vías, o de espaldas, subida al caballo que te llevaba delante de mí. La que perdura es una foto grande, con tu espléndida cabellera suelta, y una sonrisa metida en un pensamiento que nadie podría asegurar que era para mí.
Ahora, todas esas imágenes deben estar retorciéndose al calor de la pequeña hoguera. Mi madre amenazó con hacerlo la última vez que volví al pueblo. No podía seguir guardándolas, ahora que estaba casado; sentía como que era ella la que traicionaba a Susana. Le pedí que no lo hiciera, que la próxima vez me las llevaría.
En estos momentos, estoy seguro, quema esas fotos y otras tantas, y también los atados de cartas resecas, y otros recuerdos, no todos de ella. Allí está un poco mi pasado. Y si está mi pasado, está mi presente, porque no puede ser de otra manera. Eso es lo que no se entiende ¿por qué tengo que desprenderme de todos esos recuerdos como si hubiese sepultado con una nueva mujer a todas las otras?
Estoy hecho de pedazos, y ahora la pequeña voluta, la frágil ceniza de un capullo que la hoguera eleva, tal vez una entrada a un cine, o una servilleta con palabras del momento, escribe por unos segundos el cielo. Estoy hecho de fragmentos perfectamente ensamblados de amores, no importa que el fuego haga humo del tangible papel. Aquí estoy, trayendo a la memoria un nombre que desencadena sensaciones que no se repetirán, por suerte, y ese nombre trae a otro, y también al olvidado.
Te veo bajando por las escaleras preocupada por una pollera que te traiciona en ese momento y se abre, y te saludo agradecido de la suerte de que yo subía, justo, medio borracho, y algo te digo, algo referido a tus piernas, a la visión, aunque te sigo mirando a los ojos. Y luego salgo a la calle y ya te olvidé. Estoy solo, mis amigos más cercanos se han ido de vacaciones y entonces deambulo por los bares de la ciudad, charlo con conocidos, adivino para quien es tal mirada, busco entre la gente lo que siempre busco y solo algunas veces encuentro. Es viernes, y mañana trabajo. Me hago el firme propósito de acostarme temprano, pero la noche está fantástica, el bullicio es como un burbujeo en el estómago. Me tomo la última copa, después me voy a casa, tempranito, mañana me levanto hecho una uvita, soy una persona responsable, acaban de otorgarme una guardia en el trabajo, es mucha responsabilidad, no puedo tomármelo a la ligera, como me tomo este penúltimo gin tonic, y ya se van, por qué, el bar comienza a vaciarse. Está bien los acompaño un rato, solo un rato, voy a escuchar algo de música y me vuelvo, o no, mejor me quedo una hora, una horita solamente, si en una hora no pasa nada, me voy a dormir ¡si señor!

Aún no hay mucha gente en el local, por eso todavía huelen bien las mujeres que entran, aunque el humo comienza a enrarecer el ambiente; es decir: comienza a darle la naturalidad que debe tener. Es temprano, miro el reloj del que está a mi lado, en la barra. Es un reloj grande, sin agujas, los números pueden verse en la penumbra. ¿Cómo se llamaba su dueño? Creo que le dicen Andy, aunque dudo que se llame Andrés. No sé por qué le dicen así. Me sonríe y me hace señas con la mano en la que ostenta el reloj y la copa. Me señala una flaca que acaba de entrar junto a otras personas. Ahora me guiña un ojo, cómplice. La flaca pasa a mi lado y me ignora, ostensiblemente, pero su amiga, que va un poco más atrás, no deja de mirarme, con una semisonrisa triunfal; se acerca a la otra y le habla al oído. Andy sigue mirándome con esa cara de te acordás de la mina, la volviste chiflada y ahora está en otra, no te da ni la hora. En el pueblo todo se sabe; todos se conocen. Le pido una copa al que está detrás de la barra; un pelado trolo que pasa de bar en bar, de boliche en boliche, siempre manejando las botellas, tratando de pescar algo, negociando alcohol por sexo. O al menos jugando con esa ilusión. Quién se lo va a cojer! Es una vieja puta y achicharrada. No tiene necesidad de trabajar, como muchos de los que están aquí, pero le gusta formar parte, ser amigo de los amigos. Qué carajos quiero decir con ser amigo de los amigos. El puto me habla, me grita casi porque la música ha subido y el lugar se está llenando de voces, risas, murmullos. ¿Qué?. Fernando. Dónde está el pendejo, no lo trajiste. Vos lo cuidás de mí. Me dice. Hace un par de semanas me lo sacaste cuando ya lo tenía en la bolsa, guardabosques. Me río mientras me sirve otro Gin Tonic. No hay peligro conmigo, ya sabe que no entro en su jueguito, aunque me ría y le diga que yo no cuido a nadie, ni a mí mismo. Se fue el del reloj, ahora no tengo referencia, pero no importa, en un rato me voy a dormir. ¿Fernando? Se fue de vacaciones, en carpa, con un par de amigas, no te pongas así. El pibe anda bien y lo aprovecha. Tiene un buen maestro. Ya se te va a dar.
Me voy. Mañana tengo que levantarme temprano y quiero estar lúcido. No jodas, tomate otro, este lo paga la casa. La flaca vuelve por el pasillo del costado, su amiga se perdió entre la gente. Se sienta en la butaca que dejó Andy. ¿Cómo andás? Bien. Y Fer. Fernando, el pendejo del que me hablaba el puto (que ahora trata de escuchar nuestra conversación) es su primo. Mientras le contesto la miro, y si bien no voy a reincidir, no puedo dejar de pensar que es linda, aunque me pese la expresión. Preferiría decir bella, en lugar de linda, pero es mi manera de aislar el deseo incipiente. Linda es como insulsa, pero, a decir verdad, si algo tiene la flaca es un atractivo especial. Es muy flaca y alta, pero tiene ese aire de niña inocente que te rompe la croqueta. Cuando la conocí, era natural en ella ese aura; con el tiempo lo fue convirtiendo en una estudiada estrategia. No puede engañarme, demasiado inmerso estuve en su mutación. Se me acerca y me habla al oído. Sé lo que busca cuando hace eso. También yo estoy expuesto, me conoce demasiado bien, sabe de mis debilidades. Encima creo que el alcohol comienza a alivianarme y ya siento como si la luna llena soltara al animalito que llevo contenido. Si hace un rato estaba medio borracho, ahora no sé. Tiene aliento a frutillas, o es su cabello que se expande sobre mi cara mientras me susurra y se ríe. Por suerte llega su amiga gordita y se la lleva empujando muchachos. Antes de salir al patio, se da vuelta y me sonríe. Blanca.
Me paro para seguirla, pero la pierdo entre la multitud y las sombras de colores tenues. Mientras me muevo casi a los empujones me doy cuenta de que estoy algo mareado. Suavemente mareado y feliz. Felicidad que dura unos segundos. La música ahora se ha transformado en un furioso rock and roll y opaca el bullicio de las conversaciones. En el patio están bailando. Se fue Andy y se fue mi reloj. Bajo unos escalones el desnivel y me tiro en los sillones del reservado cerca de la entrada. Sigue ingresando gente. Saludo a algunos viejos conocidos, mientras miro las chicas que van apareciendo espumosas en sus brillos, implacables en su producción. Es hora de irse. Pero sigo sentado, mirando y disfrutando el cigarrillo que acabo de encender. De pronto, unos ojos verdes se abren entre un flequillo. Me pide fuego. Le acerco la brasa sin dejar de mirarla. De dónde conozco yo esos ojos maravillosos. Vos sos el de la escalera, me dice. Sí. ¡Sos el de la escalera! No sé de qué me habla, pero su sonrisa es tan atrapante como su mirada. Sí, le miento, soy yo. Y la tomo de la mano mientras me levanto para llevarla a bailar.

10/18/2009

CERRADO SIN MELANCOLÍA

Ya no te idolatro
hace tiempo que dejé esa práctica.
Ya no duermo sin paracaídas
ni me levanto a mirar el mundo
a través de tus ojos
ni escucho llover para sensibilizarme.
Hay días en que la hartura
me devuelve a mi condición humana,
podría escribir una novela
de cómo muerdo los bordes
de tu ombligo
antes de caerme entre tus piernas
pero creo que dirán que es pornográfica.
Hace tiempo que ruedo por el mundo
a una velocidad mínima
los años pasan
y los deslices de tu piel
aún tienen aquel brillo.
Escucho a los poetas
enjuagarse la boca
con la desorientación de un discurso
podrido
no seré ese poeta
que por las noches
surca, es su automóvil,
las calles atestadas
de autómatas.
Mis versos no valen
el precio de la insumisión
otra máscara
otra pose
¡qué importa!
¡qué carajos importa!
la palabra es la nada
nada son los actos
me calzo los anteojos oscuros
que devuelven la luz mortecina
la radiografía
está velada por el prejuicio
yo me levanto cada día
imaginando otra vida
que espío
que expío
los dedos temblarán
cada vez que tus senos les sonrían
pero, como dije,
no soy idólatra
apenas
alguien
que se ha cansado
de tanta pátina
y ahora fuma
en la oscuridad
con las ventanas abiertas.

Jorge Alberdi, octubre 2009
http://ventrlocuo.blogspot.com
http://ventrlocuo.blogspot.com/2009/10/cerrado-sin-melancolia.html

10/12/2009

ELLA (I)

El paisaje era el mismo que otras tantas veces: lo que la lluvia deja a su paso cuando aún no se ha terminado de ir. A su vez, era distinto. “Quizá aún te dura la borrachera; debiste esperar antes de salir a la ruta”. El fondo gris plomo, adelante del pavimento mojado, ponía más verde el verde de los árboles, que se agrupaban sobre el campo amarillo como islotes o muestras del bosque oscuro que se veía a lo lejos; una mancha. El aire era más límpido y el camino se perdía en una lejana curva que entraba en la tormenta, los postes de los alambrados corrían veloces al costado. En el espejo retrovisor la cinta se iluminaba en su pérdida, el cielo parecía más blanco hacia el este, y lo era, a esa hora de la mañana. Ya no llovía, el limpiaparabrisas chirrió, aunque el coche corriera presuroso hacia las nubes todavía electrizadas. “Pero si no salías a esta hora no llegabas ni para el entierro”.
Stairway to Heaven sonaba en la radio. Subió el volumen hasta que el gran globo de música ahogó los ruidos del motor y del viento que cedía paso a la potencia del vehículo. Estaba apurado, y ansioso. El teléfono gritó en la madrugada como un pájaro de mal agüero. No podía ser de otra manera. “Podés venir... Estoy desecha…”. El auto se deslizó solitario en una curva. Los ojos comenzaron a arderle, pero ya se le pasaría. ¿Cuánto hacía que no volvía al pueblo? No quiso acompañarla más, y nunca dijo por qué. Ella tampoco preguntaba, como si presintiese que la respuesta podría significar un salto al vacío, un desgarro. “O tal vez se había dado cuenta; a veces callar significa ignorarlo, borrarlo. O quizá creyó que seguía siendo la broma que yo repetía”.
Se detuvo en una estación de servicio y en el bar pidió un café doble. Encendió el primer cigarrillo “cuando mierda lo dejaré”. El humo se elevó elegante y arriba se fundió con el vapor del café. Su mirada se perdió más allá del espacio donde los vehículos estacionaban para controlar la presión del aire de los neumáticos. “¿cuánto hace? ¿un par de años, o un poco más? Fue para el centenario del pueblo”. Él había escrito una serie de notas, a instancias de Bibiana, a quién le habían encargado la coordinación de los eventos, entre ellos el libro donde se publicaron, junto a fotos de origen dudoso. Se ocupó, además, de que lo invitaran especialmente al festejo, a modo de retribución. Ya en varias ocasiones la había acompañado, y había recorrido con ella las calles de tierra, los caminos que unían las chacras, había visitado a sus viejas amigas y había compartido algunos domingos con toda la familia. La gente del interior es diferente de la que vive en las grandes ciudades. De pronto era conocido de todos, y lo trataban como a uno más. El padre de Bibiana estaba en plena retirada, y Daniel, el hijo mayor, había comenzado a tomar las riendas del campo, con algo de prepotencia. La esposa de Daniel tenía algunas ínfulas de pueblerina que estudió en la gran ciudad, aunque jamás se recibió y lo único que podía mostrar era una ingenuidad que rozaba la estupidez. El propio marido, y su cuñada, se ensañaban con ella, a cada comentario uno u otro disparaba alguna respuesta cargada de ironía. En algún momento pensó que quizá Bibiana tenía razón “está loca”. El viejo trataba de bajar los decibeles. Sabía que comenzaban por su nuera y terminaban cruzándose estiletazos entre ellos. Daniel siempre estaba a la defensiva de Bibiana, que le reprochaba algunas decisiones tomadas sobre el patrimonio común. “Si no te gusta, vení y ocupate”. Terminaban cuando la severidad de Don Andrés se imponía. La madre desaparecía en la cocina y volvía a aparecer cuando las aguas se habían calmado. Lo mejores momentos eran en la sobremesa cuando recordaban los delirios de una tía que vivía en Rosario y regenteaba un incierto instituto de belleza.
“Podés venir. Estoy desecha, y papá no creo que pueda soportarlo. Te necesito. No sé en quién apoyarme; se murió Daniel, no sabés lo que es esto, no te das una idea, las chicas, pobrecitas…”
Las chicas: Cecilia y Mariela, sus dos sobrinas. Cecilia era una gordita pecosa y simpática de unos diez años que apenas lo conoció se le colgó del cuello. Mariela le recordó la irrealidad de la novela de Nabokov.(...)
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Había intuido ya la presencia de nínfulas en el mundo, así como tenía la certeza de que brujas e íncubos habitaban la tierra cobijados por la fábula, pero desde la primera vez que la vio supo que ella era una de las princesas de una legión. Tendría unos trece, delgada, con las curvas que anunciaban su pronta complejidad, cabello castaño largo y suelto, grandes ojos casi verdes casi azules, ennoblecidos por pestañas oscurísimas e insolentes cejas. “Sentí como una descarga eléctrica cuando la vi por primera vez, la belleza y el espanto siempre me conmovieron. No sé cómo, me considero un experto en doblegar mis emociones, pero estoy seguro de que percibió lo que había provocado”. Su actitud era bastante diferente a la de su hermana. Más retraída y callada, llevaba control de todo lo que ocurría alrededor. Pasaba de estar ausente a ser una adolescente cariñosa que se subía a las rodillas del padre o del abuelo en una explosión de sonrisas y comentarios veloces, ráfagas que duraban algunos minutos. Después volvía a esa ausencia, como vuelta hacia otro mundo, pero sin perder el hilo de este.
Mariela tenía una particular afinidad con su tía, depositaria de confidencias y temores, de angustias preadolescentes, de secretos nimios. A veces las chicas viajaban a la ciudad y se quedaban el fin de semana en el departamento de Bibiana “te ponías furiosa cuando se volvían al pueblo y yo te decía lo bonita que se estaba poniendo la nena. Creo que la broma terminó por aburrirte, a tal punto que la asumiste así, como un chiste de incipiente viejo verde, mientras ella seguía poniéndose linda, y sus ojos me buscaban a la distancia. Eso me perturbaba, el hecho de que de algún modo se acercara y por el otro mantuviese la distancia”. En esos días, él volvía a su casa en la periferia y se transformaba en una visita, o en el acompañante del fin de semana, el novio de la tía. Solían pasear por el parque, deleitarse en las noches cálidas, a orillas del lago agitado por las aguas danzantes. Otras veces llevaban a las chicas al cine. En esas ocasiones, Mariela abandonaba un poco la distancia y se sentaba en la butaca a su lado. Se inclinaba hacia el costado, cruzándolo, para intercambiar alguna palabra con Bibiana, sobre la película que estaban mirando, o le hablaba a él en el oído, cuando no alcanzaba a entender algo. El aliento, la apenas perceptible variación de temperatura que provocaba su cercanía, la vibración del susurro agitando el pabellón, lo mareaban. “Y aquella vez que dejó caer una caja de chicles confitados y los buscó palpando mis rodillas en la oscuridad, creí que no podría contenerme”.
Pagó el café y subió al coche, ya estaba un poco más despabilado, el cielo no alcanzaba a abrirse. Siguió su camino, pero la máquina de las evocaciones ya estaba en marcha. Le gustaba viajar solo, con la radio posada en cualquier estación. Era como estar consigo mismo, como crear una burbuja donde dejar que su persona fluyera. Las mejores ideas se le habían ocurrido viajando; las peores también. Quiso torcer el rumbo de los pensamientos, pero volvió al pueblo, al día del festejo del Centenario. Había transcurrido el almuerzo organizado en una gigantesca carpa que lindaba con la cancha de básquet del club. En un escenario improvisado en un extremo, un grupo de música realizaba los preparativos, adolescentes y chicos fueron los primeros en amontonarse debajo. El lugar era limitado para la cantidad de gente que transitaba o se quedaba charlando, y los aprontes atraían a más personas; habría alguna entrega de premios, o algo por el estilo. Con Bibiana estaban sentados en unas gradas al costado de la pista. Desde esa altura tenían una buena perspectiva. En el lado opuesto estaban terminando de abrir unos improvisados quioscos de golosinas, helados, recuerdos del evento. Mientras una oradora, que resultó ser la directora de la única escuela del pueblo, iniciaba las actividades de la tarde gritando por el micrófono un rosario de horarios, autoridades, entregas de premios y menciones especiales. De fondo la estridencia de los instrumentos que se probaban, un bajo que hacía vibrar las chapas de los carteles, un acordeón que se esmeraba y repetía en el afinamiento, una mínima batería, hasta que la oradora anunció a la brevedad la presentación del cuarteto. “No sé no recuerdo el nombre del grupo, pongámosle los Yacansan”. No dejó de recomendar que colaborasen con la escuela comprando en los quioscos que ya ofrecían sus productos. El olor del pororó inundó el aire. Cecilia llegó corriendo por uno de los tablones de las gradas, detrás, un poco más lenta, venía su hermana. “Sugirió que compráramos algodón de azúcar, vos querías pororó dulce, y Mariela te apoyó. Me ofrecí a cruzar por la turbamulta y traerlos, Cecilia quiso acompañarme, y, cuando comenzamos a bajar, Mariela se agregó a la expedición. No había podido evitar mirarla desde la mañana, con su vestido verde agua, el cabello descuidadamente peinado, un poco recogido, para que luzcan unos aros largos que resaltaban la elegancia de su frágil cuello. Vos te quedaste esperando.” La primera canción de los Yacansan arrancó algunos gritos, y generó mayor amontonamiento.
Ella se abría paso entre la gente, saludando a uno y a otro conocido, él la seguía por detrás y dejaba el surco para que Cecilia, que se había colgado de su cintura, también avanzase. Cuando llegaron al medio de la pista la aglomeración era imposible, casi no podían moverse y a Cecilia venían empujándola algunos chicos, que hizo que el tuviese que apretarse contra la espalda de Mariela. Otra canción de los Yacansan y todos comenzaron a saltar y a moverse al ritmo de la cumbia. Sintió el cuerpo pegado al suyo y la incomodidad de evitar lo inevitable. “Nunca hablamos, y me quedé con la duda acerca de qué intuiste, qué pensaste, ahí, esperando en las gradas. Nunca lo hablamos, y no volví a acompañarte al pueblo. En ese momento, yo pensaba en vos, o quería pensar en vos, pero no podía dejar de sentir la espalda de Mariela apretada contra mí cuerpo que comenzaba a transpirar por el esfuerzo de no reaccionar, esfuerzo inútil. El cuerpo no piensa, no tiene modales, el cuerpo actúa. Creemos que la razón es su dueño, pero el verdadero amo es el deseo”
En algún momento ella se dio vuelta, como buscando otro camino por donde seguir, y quedó de frente, apretada, ahora, frente a él, mientras el vaivén de la gente los llevaba unos pasos y volvía a traerlos, pegados. Le dijo algo que no alcanzó a escuchar, entonces ella se acercó a su oído, como en el cine, y le repitió que no se podía seguir, que volvieran, pero eso tampoco era posible. El aliento, como una droga, desencadenó su excitación y sintió que la sangre le corría en dos direcciones: hacia abajo, hacia la entrepierna, buscando por dónde escurrirse e inflando algo más de él mismo que se expandía incontenible, y hacia arriba, hacia su cara que enrojecía. Y como un contagio, vio el rubor de ella, y percibió su inmediata rigidez. “¿Cuánto duró?, ¿unos segundos, unos minutos, una eternidad?, de golpe estabas pegada a mí, toda la piel era una mano que se frotaba contra el cuerpo que el vestido no podía disimular; tus piernas, tu pubis, tus pechos pequeños rozándome, tu boca al alcance de mi boca, tu cara ardida, tus ojos. Tus ojos que de golpe se nublaron por un instante y luego fueron otros, mientras tu cuerpo cedía y se apretaba contra el mío y volvías a ser la misma, pero otra. Te reías y me hablabas al oído, me acariciabas el cuello con tu voz ¿qué me decías? no recuerdo. Te moviste un poco al compás de la música, y te pegaste más aún, con deliciosa y secreta flojedad, aumentando el mareo que me embargaba, tus pechos duros ahora me laceraban y yo los dejaba escribir sobre mi piel para siempre, hasta que el tumulto comenzó a disolverse, te volviste y comenzamos a avanzar, lentamente, hacia el extremo donde vendían las golosinas”.
Dieron un rodeo por el borde de la pista para volver a las gradas donde Bibiana esperaba.

(borrador) Jorge Alberdi
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10/09/2009

LO QUE UNO ES

Los fines de semana
me dedico a la literatura,
sólo los sábados soy poeta
y los domingos, narrador.
Pero eso no es todo
el lunes soy un zombi
el martes, esposo
el miércoles, amante
el jueves, director general
el viernes, un hombre cansado.

Jorge Alberdi, octubre 2009
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10/04/2009

Última: TRAZAS 20

Última entrega de TRAZAS, en bruto, sin retoques, según la premisa inicial:

TRAZAS: 'Cortejar a la poesía en base a un proceso creativo simple. Ejercicio forzado de saltos de una imagen a otra, buscando ahondar distancias. Cambios bruscos de climas, exaltación de los contrastes o abandono al fantasma de una imagen impertinente que crea sus propios fantasmas. Sustraerse, encandilarse y provocar la frustración en no más de tres versos. Zigzag obsesivo en lugar de prevalecer. Rodearla, buscar sus huellas, sus rastros, sus trazas.'

Ahora quedará el trabajo del recorte; pulido; tachado o reescrito, pero esa es otra historia.

20


No ha comenzado
el día
A añorar la noche
Sin embargo fulgura

Los gritos de la calle
Vicios de la urbe

La costumbre arropa
Y en los rincones
Una mano desteje

Las hojas arremolinan
El recuerdo vago del viejo

Brumas que se hacen más densas
Los gritos de la calle
Son fantasmas sonoros

El viento no tardará
En ejecutar su tango

Una espina me despabila
Y me mata

Mediodía

Sin paisajes, sin colores
Sin los olores del prado

El cemento crece sin florecer
Los cementerios lustrosos
Abrigan risas y conversaciones

¿Dónde estoy?
¿Qué pregunta es esta?

Domingo
La siesta está viva
Respira como un monstruo borracho

Alguna ventana bosteza
Un gol de media cancha

Espejismos
Son todas ilusiones

Al final estaré solo
Y no sabré qué hacer
Cómo amasar la soledad

No habrá preguntas
En la estación de trenes
Otra fantasía, otro pan.

Ella cruza la avenida
Se detiene, entra en un almacén
Es muda, la miran.

No era lo que es
La calle
Respiraba por sus jardines

Una bicicleta como un adorno
Un móvil que cuelga de la nada

El horóscopo no decía
Ni tu nombre

Sin embargo, el día
Aún no llama a su noche
Una estrella encandila

La baja bruma
Anuda un sollozo
Dejamos de olvidarnos

Por la vereda marchita
Las flores pujan por
Pintar el gris

Basta un brillo de ojos
Una boca que chispea
Una anónima sonrisa

Todo se habrá ido al demonio
Cuando el sol despedace
La vieja canción

Al son de un blues
El gol se estremece

Hay gritos, lo dije
Lo dije, y lo repetí
Pero no sé qué significa

Cantemos
Murmuremos
Nadie se muere cantando.


Jorge Alberdi, 21/04/07
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9/26/2009

APAGÓN

El fluido secó la circulación y la luz cedió a la intemperie borrosa mientras las amebas de la rutina cercenaban la magia de la noche que subía por el cerro y explotaba en los callejones de la breve ciudad. Todo en una ciénaga de ocaso daba una imagen de mortandad, de lastimosa vida que se fue en un recuerdo y las casas los edificios los monumentos parecían ruinas a los ojos de un explorador. Ese que yo era, sorprendido por la nimia luminosidad de una vela que dejaba una huella en los cristales empañados. El viento comenzó a arreciar mientras las sombras se abrían a mi paso y los circunloquios de la calleja se demoraban como esperando una lluvia de hojas y polvo, el oro de la noche enamorada de los efluvios de la pobreza que tiznaba cada partícula emergida a la negrura. Llegué a un enrejado desvencijado y me paré delante de él como ante un altar. Los murciélagos habían abandonado los escenarios de la poesía y sobrevolaban la testa como teros enloquecidos defendiendo un nido imaginario. El vacío daba vueltas cualquier imagen y las ventanas comenzaron a estallar, a vomitar su otro vacío ensangrentando el ánimo. Un pájaro se estrelló en la oscuridad y las palabras para nombrar lo sucedido no fueron forjadas por lo cual solo quedó una huella en mi memoria hasta que las cenizas se ocupen, algún día, de su rastro. Ráfagas raudas acontecieron y las llaves de la necesidad abrieron los cándidos cerrojos; los candados del azar, o el desbarranco del destino, quebraron la rigidez de la estampa. Un amague de luz incendió por una centésima el infierno del barrio, pero la terca noche no se dio por vencida. Arañas tejieron rápidamente un telar urbano para que ningún párvulo escape del lodo. La injuria como vómito, la maraña de los sentidos que se doblegan y el espasmo del orgasmo interrumpido por un cronómetro.

Yo era el hombre que parado frente a la reja oprimía el botón de un timbre inútil. Me levanté el cuello de la camisa en un gesto infructuoso de protección y me encaminé hacia el centro imaginario del torbellino. La ciudad agonizaba o se retorcía morosa.

Jorge Alberdi / setiembre 2009

9/18/2009

APARICIONES

“La niebla venía a buscarnos,
aunque estaba desde siempre”
Rogelio Ramos Signes


Estábamos sentados a la mesa de aquel bar
doblados en miradas y guiños de atardecer
y desde el fondo del espejo
un omitido apareció.
En la memoria, un segundo
bastó para que el rumbo de las ausencias
divagara.
Nos preguntamos por la punta del iceberg
nos preguntamos por nuestra sólida presencia
hasta que la pregunta nos desvaneció.
Somos espectros, ilusiones
que tienen conciencia de sí, engañosa.
Necesitamos que alguien no esté, para ser.
Es terrible, pero quizá
aquellas sombras, siluetas, nombres que insisten
en ser lo que no son
pertenezcan a una vida más real
en otro lugar, otro espacio
gente, al fin, que relata historias de muerte
historias de haber sido, sobre padres madres o amantes
que gritan nombres contra las paredes
y que cada tanto
invaden este mundo inconsistente
como un efecto de realidad.
La tiza con la que escribo mi nombre
la traza de la desintegración que me hermana
que nos vuelve relato
cristal oscuro de ideas como armas
tiembla en cada evocación
y mientras un niño se esfuma
nos sentimos horriblemente vivos.
Hojas secas que se queman
para que el humo justifique alguna realidad aparente.
Este dolor que no tiene el consuelo de la certeza
retorna como una elipse que niega la continuidad.
Quizá de tantos ausentes
seamos nosotros fantasmas
como esa niebla que viene a buscarnos
aunque siempre haya estado aquí
en la mesa
donde la ventana de un diario
habla de aquellos de los que no sabemos
pero quisiéramos tenerlos
sentados junto a nosotros
jugando con las migas
sobre el mantel.

La tarde cae, definitivamente.

Jorge Alberdi; setiembre 2009, a propósito de tantos JJ López

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9/14/2009

EL GATO Y EL PINTOR

El gato maullaba en la oscuridad
era un faro en la noche
los vecinos tenían diferencias con mi opinión
y un día
el gato apareció muerto.
Lo llevé de un amigo pintor
para que lo retratara.
Mi amigo había salido
pero su esposa era veterinaria
le confesé que quería inmortalizarlo
me dijo que la solución no era esa
sacó unos brebajes de un armario podrido
untó a mi pobre gato con aceites extraños
rasgó unas sábanas viejas y con los trozos
lo envolvió como a una momia.
Luego preparó yeso y lo embadurnó.
Me volví por el camino más largo
para darle tiempo a que fragüe el yeso.
Llevaba al animalito bajo el brazo
el cielo era límpido y no parecía
el cielo de Buenos Aires
la gente me saludaba como si me conociese
y yo devolvía con una sonrisa tanta atención
aunque por dentro pensaba
cómo vengarme de los vecinos aquellos.
En un semáforo me encontré
con mi amigo el pintor
le dije que volvía de su casa
él se enojó porque no quería que su esposa hable con extraños.
Traté de convencerlo de que yo no era un desconocido
pero no hubo modo
insistía en que dijo extraños, no desconocidos.
Al final, mientras discutíamos en la vía pública
el día se arruinó y comenzó a llover
la gente corría a refugiarse y nosotros no nos movíamos de donde estábamos.
El agua nos mojaba y de a poco nos fue enfriando
le propuse subir a la terraza de un edificio
a ver desde arriba los paraguas que se abrían
a contar sus colores
o a bebernos una copa de ozono.
Mientras tanto el yeso de volvió a ablandar
y por el cuerpo me corría un líquido blancuzco y sospechoso.
El pintor se fue apurado cuando recordó que
no había cerrado la ventana de su atelier
y que su esposa, ocupada en hablar con extraños
seguro que no se dio cuenta.
No quería perder su última obra
que trataba de unos vecinos
furiosos con un gato del barrio.
Me dijo que la estética que utilizó era expresionista.
Hoy está de moda volver sobre los pasos.
Para entibiarme un poco me metí en un bar
la lluvia arreciaba y el mozo se demoró
pero finalmente me trajo el café con leche con medialunas.
A modo de pago
le dejé lo que más quería en la vida:
mi gato engrudado sobre el linóleo.
Salí nuevamente a la calle en medio de una gritería
las gotas de agua se fundieron con la sal de las lágrimas
todo termina, me dije
todo es efímero, hasta la amistad entre un hombre, un gato y un pintor.

Jorge Alberdi 14/09/09
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8/18/2009

HOY TEMPRANO

Hoy temprano
cuando salía como todos los días
hacia el trabajo
unos policías trepaban por el frente
de la casa del vecino.

“Hay un hombre muerto en la terraza.
En la casa no hay nadie
pero los del edificio vieron
al muerto”
Dijo la señora de la lavandería.

Desde la vereda solo pude ver
tres agentes de la ley
con unos guantes especiales.
Se hacía tarde, comencé a caminar

En la esquina, unas estudiantes
bellas como uvas maduras
soltaban unas carcajadas
la mañana cálida invitaba a soltar
a la ilusión
la camisa rozaba apenas mis tetillas
que, estimuladas, gritaban que el invierno fracasó.
Pronto llegué al edificio donde trabajo.
El guardia me saludó erróneamente.
Abrí la puerta de la oficina
y me acerqué a la ventana
sobre el oeste se desperezaban las sierras
la ciudad no alcanzaba a proyectar su sombra

Me senté frente al escritorio
Como todos los días.

J Alberdi 03-09-07, Córdoba
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8/10/2009

TRES BREVES RELATOS CON ALGO DE FUTURISTAS

EL SABOR.
El sabor preferido de Artemio era el de la naranja. Caramelos; barras proteínicas; flanes, todos los elegía por este sabor. Cumplidos los 23 años, hizo uso de su prerrogativa como ciudadano modelo y pidió probar una naranja de verdad. Su sabor lo decepcionó.
–No se parece en nada a la naranja –Dijo.

CRIA CUERVOS Y TE SACARÁN LOS OJOS
Cuando el magnate de la espuma virtual, John D. John, murió, sus familiares nunca imaginaron que tendrían que lidiar con la avalancha de juicios iniciados por aquellos que se creían en su derecho a reclamar parte de la cuantiosa herencia. Cada uno de los donantes de los órganos que recibió durante su larga vida, tenía familia, y estos consideraban que, en alguna medida, eran también sus herederos. El colmo fue cuando el laboratorio “Sangfroid Corporation”, quien proveyó el fluido sintético que lo mantuvo en vida durante los últimos cuarenta años, presentó un reclamo a la justicia para que se lo incluyese en el reparto.

LUZ ANCESTRAL
Finalmente, los científicos ya no dudan luego del último descubrimiento arqueológico. El desprendimiento de las capa de estratos de hollín puso al descubierto nuevos edificios funerarios. Las momias se encontraban en perfecto estado de conservación, al igual que las halladas en las excavaciones al norte del continente americano hace dos años. Las civilizaciones del siglo XXI, concluyeron luego de evaluar y comparar resultados, utilizaban una tecnología de avanzada para momificar los cuerpos que hoy nos parece extraordinaria. Si bien el método fue un misterio durante el último medio siglo, hoy la hipótesis más firme sostiene que toda la comunidad se sometía, durante el transcurso de su vida, a la ingesta dosificada de conservantes junto con sus alimentos. Una buena dosis de colorantes artificiales contribuía a mantener, aún después de la muerte, el aspecto natural de los rostros, como si estuviesen dormidos. Lo que aún no tiene una explicación racional para la Comunidad Científica Global, es el origen de este singular culto. Los expertos descartaron la teoría de ‘imitación secular inconsciente’, que sostenía que el origen estaba en un rito mortuorio practicado por una civilización a la que nuestros antepasados denominaban ‘Egipcios’.
JA

7/18/2009

TRAZAS 19

Con el fondo de un piano
Que suena olvidado
En sus tres notas quejumbrosas

Iluminado por el escozor
Del hambre
En penumbras

La máscara de la ciudad
Hace muecas en la ventana

Mis amores están lejos
Ensortijados en destinos de rutas

Orificios, linealidad, interrupción
Y el camino sigue.

Los bosques de los cuadros
Arrojan esa fragancia
Del panal destrozado y chorreante

El sol es un dibujo que duda
Por la mañana el viento se lleva
Embrujo, ojos y penumbras

Andábamos de aquí para allá
En un juego
De esquives y acercamientos

La pereza de la palabra
Es rica en anillos de humo
Soñar es un ejercicio

El camino sigue nuestros pasos

Soñar es un ejército.

Escritorio, humo, música
Deuda de soledad
Que no se paga con presencias.

Cada vez es más rudimentario
El lenguaje con que te amo

Soy un desconocido frente al espejo
Soy una rareza
Que se rearma.

Vendremos con el sueño
A ser uno.

Los nombres del aire
Combinan distancias
Ojos, labios, roces.

Al pasar, la máscara se cierra
Detrás quedó el futuro

Hoy vendremos
Sin habernos ido nunca

Dormitar frente al papel
Ese que dejaste
Sin borronear.

Derrumbado el esperma
Del paisaje
Tras el vidrio

Promesas de otras historias
Llegadas tarde
Abreviaturas de la vida

Si el nombre del aire
Se nombrase
El huracán de tus manos enloquece.

La arritmia estira
La evocación

La evocación
Despedaza tu presencia

No te olvides de mí
Ni aún ayer
Te olvides.


J A - 19/04/2007
http://ventrlocuo.blogspot.com/2009/07/trazas-19.html

7/11/2009

EL SENTIDO

Parece que desaparece. Cuando los cayos de la jerga se liman en el limo de la sonoridad, el olvido se esfuma. Y los fantoches de tu voz crearán una ilusión sobre la pared de la pared de la pared. Perdidos los rastros, su etimología, quizá el final fundido con origen o la memoria de una vastedad ahora irreconciliable con el mundo. Allí, entre paréntesis, estabas, y sin embargo, como la música improvisada del viento, te colabas por los resquicios.

Los poetas sabían algo, pero no todo, sin embargo, se ufanaban de la completitud de su oficio. Fui poeta y supe y asumí que solo dejaba migas a mi paso para regresar, o para que los pájaros se llevaran el trigo a otros estadios perdiéndome aunque nadie que quiera está perdido.

Las mujeres tomaron la línea de lo que desaparecía y envolvieron sus fetos con la tela de araña del desasosiego para darle un destino encriptado. Hoy desciframos los códigos de la memoria, cuya clave es el olvido. La madre irracional arrojó sus hijos a la guerra, y los sobrevivientes se embelesaron con el infierno de la pasión. Pasión y palabra. Hubo quien dijo que ni una ni otra se define por el contrario, ni una ni otra se relacionan por más que la literatura mítica del lenguaje diga lo contrario.

El río lavó el hueso una y dos veces y pergeñó la abolición de la identidad, el corazón lavado no era el mismo hueso y la carne se deshizo en la antonimia. Los anillos de la continua vuelta voltearon aleatoriamente como para desdecirse.

Fui poeta y amante y nunca fui el mismo hombre en el mismo lecho y nunca la voz pudo dar cuenta de lo que vale, de lo que dije, de lo que sentí y de lo que mentí, y nunca la mujer fue la misma mujer. La poesía era amiga de pobres y ricos; los prejuicios los agregaba la turbamulta que disecaba y clasificaba en cajones demasiado estrechos; poco continente para tanto contenido, poca forma para tanta desmesura. La poesía era amiga de pordioseros e indigentes, y de innobles dirigentes, comulgaba con clérigos y se acostaba con guerrilleros, sin embargo era la misma, y aún así, no podía ser nombrada.

Desaparece. Siempre está desapareciendo.

Jorge Alberdi, Julio del 2009

7/07/2009

OTRO VENTRÍLOCUO FAMOSO

Fernando nació mudo.
Sus padres no escatimaron esfuerzos para lograr cambiar esta suerte. Los mejores médicos; los más prestigiosos especialistas del mundo, fueron incapaces de modificar la sentencia de la naturaleza.
Entrando en la adolescencia, edad pródiga en experiencias lúdicas, y ya sobre el final de su segundo año de secundario, descubrió que podía modular rudimentariamente el escape de sus propios gases si regulaba adecuadamente su músculo anal, uno de los pocos esfínteres sobre el cual la voluntad tiene algún control.
Entusiasmado con el hallazgo, cambió la dieta y dedicó los meses del verano a un profundo entrenamiento, encerrado es su cuarto de la planta alta, hasta lograr un refinamiento inimaginado de su habilidad.
Finalizadas las vacaciones y de vuelta al colegio, quiso sorprender a su mejor compañera saludándola a la entrada del edificio. Ella lo miró a los ojos, y luego miró por encima de sus hombros, detrás de él, buscando a la persona que le habló. “No busques, soy yo”, dijo, sin abrir la boca, con una media sonrisa triunfal y pétrea. Ese día fue la sensación entre sus compañeros, quienes aún maravillados y divertidos por la singularidad de Fernando, no dejaban de sentir alguna inquietud; esa disociación entre las palabras y la boca que solo sonreía… como si fuese el monigote de un ventrílocuo ausente. Después estaba el tema del olor, que al principio fue un condimento, una humorada más para los varones, solo al principio…
Lo cierto es que al cabo de un par de días, Fernando podía hacerse entender, pero ninguno de sus compañeros quería acercarse a escucharlo. Sus padres le sugirieron que quizá sería más fácil si en lugar de hablar él, lo hiciese a través de un muñeco.
Fue así que Fernando acometió la dura tarea de la ventriloquía.
Su primer show lo montó para los parientes en el living de su casa. Luego de cuarenta minutos ininterrumpidos de chistes recopilados de todos los ventrílocuos de mediana fama que tenían algún registro en viejas películas, la abuela, descompuesta, cayó redonda. Padres, tíos, primos, todos corrieron a abrir las ventanas.
Cuando ya todo indicaba que a Fernando no le quedaba más remedio que la eterna mudez, el hermano menor, familiarizado con internet, vino en su ayuda.
Hoy basta una consulta en Google para encontrar los asépticos videos de este maravilloso ventrílocuo, que se tiene a sí mismo como muñeco, en la red de redes.

7/05/2009

ESTA RUTINA

No tengo más
que una boca que rememora
que se ahoga en la baba del recuerdo
que boquea lasa en la nada
porque otra boca se ha llevado
esta saliva
esta sal que da vueltas
y espumea en el vacío.

No tengo más
que la ansiedad
que agrieta las puertas
demuele los ascensores
quiebra el olvido

No tengo más
que el acento sobre la á
y apenas
una entrepierna herida
de soledad
de zeppeliniana soledad
maldita
como la cocina de la locura
como un blues perdido
en el desierto de la esquina
untado de orines y escupitajos
de almendras que nadie
recolectará

No tengo más
que la rutina de sentirte
perdida eternamente en la piel.

ja (24/09/2007)

7/04/2009

Otoño




Y NO PREGUNTAS

Ya deja hablar el tramo tronante de la noche / enlaza en cada abra de la piedra la hiedra /que enreda el ojo del despojo / ¡allí duermo! en el eterno viento que sube desde el valle/ azota la oscura apertura del fuego / ruego por el esperma nupcial de la batalla que estalla en la vía láctea/ despierto al chamán en el vientre del miedo / No zozobres en el ahogo de estas palabras / la bosta el estiércol la mierda de los animales ciegos que lamen la luz mezquina de la luna / el secuestro de ese aliento en la puna desdibujada / ajada y cruel talla / retorcido tronco que en vilo asombra el hondo hueco / La noche la noche de esmeraldas que me pierde y te ruega olvido / ¡allí yazgo! en el rocío efímero que cuaja los zumbones mosquitos del silencio / Una canción que desespera entre peñascos pulidos por la ausencia anda despedazándose entre caminos inventados / El arrastre de hojas juega y arrasa la vida anterior / Lo que ahora embadurna esa mirada en la nada / miríada de duendes / de abejorros insistentes / de un sol pintado en la nostalgia / de bujes que chillan quebrándose en el alquitrán de la ciudad muerta / Déjalo hablar / deja al relámpago que miente una próxima lluvia que te canturree cosas de antaño / ahora pedazo de abismo desprendido / ahora flácido ácido de escombro orgánico / ahora futuro abono / pasto de la noche / pasta de experiencias desplegadas / mar antagónico y agónica figura perdida contra el viento / el viento de la soledad / el viento que lima los filos de las piedras / las diferencias humanas / los clavos de la vida.
Arrójate
si puedes / si temes / si escaldas el crepúsculo que ya se extinguió / si te duermes sobre la tragedia / y no preguntas a la esfinge / y no preguntas.

Jorge Alberdi /2004

5/25/2009

VENTRILOQUIA

Quien habla
en el vértice de una rolliza imagen
que desbarató los planos equilibrados.
Un hombre sentado sobre otro hombre
que no es lo mismo
que parado sobre sus hombros.

Hay quien se deja hablar
para ser él mismo
y hay quien en la duermevela
se funde
a una articulación doblegada
hay quien al dar vueltas
la página
ha dejado de ser
y en los pliegues de sus gestos
borra
la mecánica del cuerpo.

Hay quien llora por otro
por una módica suma
y está el que usa el muñeco
habiendo interrumpido una voz
hay quien muere
y resucita
y es la voz de Dios
que no alcanza para mover
todos los hilos
no se oye
no se mira
no se palpa
no se incendia de amor
deja que lo hablen
deja que lo atraviesen
deja de dejarse
y se entierra en una caja.
Día a día
se olvida de sí
y todos nos olvidamos de él
y de sus gestos pintados.

Jorge Alberdi –10/2005

5/16/2009

Nuevo libro de Jorge Dipré

Novela On Line de Genovese

Dijo Omar Genovese:
"Tanto pasaje de blog a libro que decidí hacer el camino inverso: una novela breve, completa, en blog.
http://marfilbreviario.wordpress.com/"

4/25/2009

TRAZAS 18

No respondemos al solsticio

Sin anteojos negros
La vida no es bella

Esos cristales amenazan desfigurarnos
A caballo de las olas
Te amo.

La luz baja y se establece
El mar quiere oírte

No escribas en la arena
Lo que quieras olvidar

La traza ya no tiene fin
Mi memoria sensual es corta

Bésame! traduce.
Besame! traduzco

Las piedras aúllan en la piel
Mientras las aves se sueñan mecánicas

Estelar estela
Nueva traza
¿Gesto o conjuro?

Por la orilla la barca de los pies
Arrastra sentidos
El maremoto no se anuncia

Ya no tiene fin
Esta extensión de mi cuerpo
Ya no tiene dimensión de deseo

Como si se alzase un torbellino
Las hojas escritas arrojan
Interpretaciones imperiosas

¡Qué castigo maravilloso!
Qué castigo explorarte a preguntas

Las cabezas de los montes
Adivinan el tranco de la marcha
Y abren paso a la interpretación.

No siempre estás escribiendo
Amor

No siempre estás jurando

No siempre

Allí, cuando todos se han ido
Y el silencio es la rebaba del rumor del mar
En soledad nos leemos.

En desprejuiciada soledad
Anudamos.

4/02/2009

La soja y "el cóctel de la muerte"


Para entender por qué las retenciones a la soja debieran ser aún más altas, y la parte oscura que algunos simpáticos y mediáticos líderes rurales soslayan, aunque no lo ignoran

“(…) A partir de la década del ´90 el modelo de sojización se extendió a lo largo y ancho de la pampa húmeda argentina. No existieron controles rigurosos por parte de los Estados ni la difusión masiva de investigaciones científicas, que pudieran alertar a la sociedad toda sobre los serios impactos ambientales y sus consecuencias irreversibles en la salud humana, que el llamado modelo de “oro verde” traería aparejado al futuro. Después del denominado “conflicto del campo vs gobierno nacional” – producido a comienzos del 2008 – más el trabajo de denuncia permanente que vienen realizando distintas organizaciones sociales, debido a los graves casos de enfermedad que se están verificando en Córdoba, Santiago del Estero, Misiones, Entre Ríos, Santa Fe y países vecinos como Paraguay y Brasil, se hace cada vez más difícil desestimar los innumerables estudios que alertan sobre los perjuicios que conlleva la producción de la soja transgénica, ya no sólo en Argentina, sino también en el mundo.(…)”

Un extracto del excelente trabajo de investigación realizado por Irina Morán, expuesto por la autora en La Habana, a fines del 2008. Hoy publicado –se recomienda su lectura completa– en el Boletín de la ECI (Escuela de Ciencias de la Información de la UNC).

3/26/2009

NO TENÍA

No tenía yo más que el ojo / que acusaba /una secuencia.
No tenía / dónde guarecerme / más que el misterio /de la siesta / impenetrable como la noche misma / tal vez / el descifre de los códigos / de las cigarras / que en el norte / llamábamos chicharras
No tenía / más que / la soledad en una calle polvorienta / el miedo/ al deambular pretensioso / de la comadreja / al grito nocturno de los gallos / que no anuncian la mañana / o a las tormentas de tierra / que arrasaban hasta con la sequía.
Yo no tenía / más que lo que tengo / sin embargo / sin embargo…

3/20/2009

Anteojos Oscuros


Foto prometida, para el texto Anteojos Oscuros, sacada por mí, hace tiempo, se llama 'reflejos', se la dedico a Nancy.

2/22/2009

Nicanor Parra: Los Profesores

Publicado en >>Lecturas y Miradas


Poesía y Misterio

"¿qué opina sobre el rumbo que tomó la poesía por estos años?" -Claudio Lo Menso-

"No soy de los poetas que dicen aquel estilo me gusta, o ese estilo es bueno porque se parece al mío. Me gustan todos los estilos pero deben cumplir con una condición: tener ¡Mis-te-rio! Porque donde pulula, donde hierve el misterio está la poesía. Ella es el único género al que, para ser importante, no puede faltarle misterio. La poesía argentina, ha abandonado esa búsqueda casi totalmente. Todo lo nuevo es poner ladrillo sobre ladrillo para hacer construcciones iguales y baratas. Los grandes castillos del misterio parecen haberse terminado, aunque siempre hay poetas que vuelven a decirnos que nada está terminado." -María Meleck Vivanco-

(del Nº 29 Revista de poesía La Guacha)

2/15/2009

ANTEOJOS OSCUROS

Su aparición ocurrió un día, hace tiempo, demasiado como para recordar detalles.
Los domingos al mediodía me reunía a almorzar con amigos del barrio. Por cuestiones de interés estrictamente poético me retiré antes y me encaminé a tomar un colectivo que me llevara a casa de mi amiga. Había quedado en reunirme para definir criterios de una nueva revista internacional de poesía. Un poco ebrio quizá, o tan solo ‘alivianado’ por la posibilidad de ‘soñar’ la concreción de la publicación, esperé en la parada correspondiente el ‘134’. Morosamente trepé los tres escalones con el cambio justo en una mano. Mientras el chofer tomaba mi dinero y me extendía el boleto, miré el espejo que sobre él se encuentra. La estratégica ubicación provee una visión completa y singular del interior del vehículo. Su figura entre los asientos individuales llamó mi atención. Giré el cuerpo y dirigí la mirada hacia donde estaba sentada. El largo cabello negro y lacio se confundía con el negro de la campera. El rostro aparecía pálido contrastando con sus anteojos grandes y oscuros. No pude ver tras ellos, pero un fulgor, un ‘algo’ que no logré precisar surgió y me hizo trastabillar al tiempo que el chofer aplicaba un zapato, más pesado que lo que es dable usar cotidianamente, sobre el patín del freno. Por supuesto que no me caí, pero me vi obligado a iniciar la marcha nuevamente desde el comienzo del pasillo estrellado de puchos y chicles. Con mi cara al rojo vivo y la picazón que se anunciaba en todo el cuerpo, busqué entre los rostros un gesto burlón. Por suerte la realidad económica y social vino en mi ayuda; nadie se inmutó. Más que pasajeros parecían figuras de un abandonado museo. Mi recorrida visual, no precisamente por inercia, se detuvo de nuevo sobre su figura. Lucía impenetrable, con la dignidad de una señorona sentada a la mesa del té. Su cabeza apenas inclinada hacia arriba y todos los músculos faciales, al contrario de lo que podría preverse en razón de su actitud casi rígida, relajados. “Una de esas chicas inalcanzables”, pensé mientras me descubría, boquiabierto, escrutando tras los cristales negros que me vedaban sus ojos. Volví a sonrojarme.
El resto del viaje fue un verdadero sufrimiento. Parado como estaba, solo tenía que girar apenas la cabeza para poder mirarla, y yo no deseaba ninguna otra cosa más que mirarla. Pero el temor de que sus ojos estuviesen alertas allí detrás, y me descubriesen en mi ingenuidad, me llenaba de torpeza. Furtivamente, en cada disimulado giro, me demoraba apenas unas décimas de segundo sobre esos gigantescos obstruye-miradas abismales. Rápidamente huía con la terrible sensación de haber sido descubierto. Quizá el recuerdo cobre ahora otra dimensión, pero estoy casi seguro de haber reflexionado acerca de las ventajas de los poetas del dolce stil nuovo al no existir, en aquella época gloriosa, los anteojos oscuros.
Pronto debí bajarme. Pasé delante de ella y audazmente volví a mirarla. No percibí nada, pero al menos esta vez no tuve que abochornarme. La certeza de que era la última, definitiva, mirada me dio esa integridad. Incluso desde la vereda, cuando el colectivo iniciaba nuevamente su marcha, traté, en vano, de verla a través del vidrio y por entre el resto de los pasajeros. Caminé las cuadras que me quedaban con ese vacío en el estómago que deja cierto tipo de impotencia. El recuerdo de su figura me llenaba de ansiedad a cada paso.
Volví a trastabillar cuando, al subir al día siguiente al colectivo que me llevaba al trabajo (¡quién lo hubiese imaginado!), encontré su cara, ya en proceso de idealización, entre los somnolientos y hoscos rostros de la mañana.

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El sol no ejercía aún toda su influencia pero un tenue destello se reflejaba en los anteojos negros. De nuevo la inquietud, la lucha, el terrible deseo de clavar mis ojos bestiales sobre ella y estudiarla con parsimonia, recorrer toda la geografía de su rostro; los bordes latentes del beso; la pendiente nívea del cuello; la elasticidad de su pelo; la insinuación de las ondulaciones del cuerpo, otra vez negado por el amplio vestido. El deseo todo. El temor a la dirección improbable de su mirada. Inventé maneras de observarla sin dirigir mis ojos sobre ella; el vidrio de la ventanilla, en ocasiones, hacía las veces de espejo. Pero la refracción no me colmaba. Creo que llegué a odiar ese tipo de anteojos. A pensar que detrás de ellos alguien me miraba con todo el desparpajo que brinda la seguridad de saberse impenetrable. Por desgracia y por suerte ella se levantó silenciosa, enmascarada y liviana como una pluma y bajó en una esquina.
Por la tarde, antes de volver del trabajo, recorrí las galerías del centro y realicé algunas compras.

Al día siguiente, la mañana se presentó cálida y luminosa. Subí al colectivo con mis gafas nuevas. La muchacha estaba allí, leía un libro, me pareció que levantó la cabeza en el momento en que pagué mi boleto, aunque no tengo la certeza de que haya sido así. Había algunos asientos sin ocupar pero, enfundado en la nueva seguridad que me brindaba la reflexión de los anteojos, me colgué del pasamano desafiante, ubicado de modo tal que no pudiese perderme ningún gesto. Me regodeé deslizándome por cada uno de los detalles de la cara, dejé que me encandilara el reflejo de un rayo de sol sobre su pelo; acaricié las curvas de sus caderas: ese día llevaba puesto un jean ajustado y una remera a rayas horizontales. No se inmutó, siguió leyendo su libro, para envidia de los cortos de vista, un tratado de Gestión Empresarial, del que no levantó la cabeza en ningún momento, como si no percibiese el ardor de mi mirada. De a poco me fui embriagando con su belleza a tal punto que casi me paso de largo: esta vez no había bajado en la parada del día anterior.
La rutina se repitió toda la semana, a excepción del jueves que no la encontré al subir al colectivo. Supuse que no coincidimos, o que ese día su trayecto había sido otro. Durante el fin de semana no dejé de pensar en ella, de imaginar modos de abordarla, de hablarle, de decirle que por favor se saque esos anteojos que necesitaba verle el color de sus iris, los que imaginaba como su homónimo griego, portadores de un mensaje divino. La noche del viernes, la del sábado y la del domingo soñé versiones de sus ojos: verdes; violáceos como el vino; acaramelados como una miel oscura; diáfanos como el cielo de los andes; abisales como los de una sibila.
El lunes, inexorable, coincidimos en el mismo colectivo como una buena costumbre. Lamentablemente, como una buena costumbre.
Parapetado detrás de mis propios cristales oscuros, volví a indagar la impenetrable barrera, sin resultado. Ni un gesto, nada que la delate, yo seguía sin existir dentro del acotado espacio. Por fin, rendido o resignado, avancé hasta la parte trasera del coche y me senté en el asiento del rincón, detrás de la puerta de descenso. El sol de la mañana ya escalaba por encima de los techos de las casas más bajas y entraba por las ventanillas casi horizontal. El pasillo fue llenándose de gente una vez que todos los asientos se ocuparon y el colectivo fue adentrándose en la ciudad erizada de edificios. Un par de cuadras antes del lugar donde solía bajar, la veo aparecer abriéndose paso entre los pasajeros. Ahora el recuerdo se expresa en cámara lenta, y de toda la historia, es el único momento que podría relatar con lujos de detalles. Como dije al principio, ocurrió hace ya algún tiempo, y los contornos de lo que realmente fue se funden con las especulaciones de lo que hubiésemos querido que fuese, pero esta parte permanece inalterable. Ella vestía con una pollera que no llegaba a las rodillas y que acompañaba sus curvas sin empaquetarla, de una tela liviana pero con buena caída, color casi salmón. Una camisa blanca, con mangas tres cuartos, abotonada hasta la altura de su pecho, con un escote que si no prometía el paraíso, al menos invitaba al conocimiento que Eva ofreció a Adán (siempre dudé que fuese una inocente manzana). El cuello elegante sostenía el rostro como un marco, reforzado por los lacios cabellos, para su boca larga. Yo no diría que seria, sino neutra o inexpresiva, seguía luchando para avanzar. Desde mi lugar, la veía como más alta; más delgada; más hermosa; más distante a pesar de que se acercaba. En el momento en el que está llegando a la puerta, la seguidilla de edificios que ocultaban el sol se termina y los rayos ingresan al interior del vehículo con voracidad. El reflejo en el espejo de la puerta trasera, por efecto de una mágica carambola, ilumina el intersticio entre el cristal de las gafas y su cara, poniendo al descubierto, por escasos segundos, la mirada. Sus ojos estaban posados en mí. Supo al instante que el azar le había jugado en contra y, descubierta, su boca dibujó una sonrisa que fue la más sonora invitación que me hiciese una mujer hasta hoy. No pude contener mi sonrisa y mientras ella apretaba el timbre para que el chofer frenara en la parada, me levanté, alisé los pantalones, y me dispuse también a bajar. Ese día llegaría tarde al trabajo.

(borrador) año 1999
ilustración: sobre una foto de Igor Sheremet

2/14/2009

SOLO DE SOMBRAS

Todavía
el sueño lácteo
no retuerce la vigilia.

Abrir los ojos
los míos, los tuyos
en la madrugada
y volver a desmembrarnos
sin preguntar.

Un diálogo
Solo de sombras, jugos y gemidos.

2/06/2009

Actuar para Escribir

"El que escribe también actúa"

Irene Gruss -(reportaje de Osvaldo Aguirre, en Diario de Poesía 77)

1/26/2009

El deseo, por las estrellas

Basta una mirada, las lecturas claudican
>>Ver Imagen Completa >> un viaje para estrellarse...

1/20/2009

ALERTA

El rabillo del ojo
Está alerta a la imagen poética
El oído es la vanguardia.

ELÍPTICO

Yo tenía los dedos como enhebrados
Las uñas largas y retorcidas
Cáscaras ovilladas en espiral
Como una interpretación de Nietzsche.

12/29/2008

TRAZAS 16

La inalterable mirada de espalda
Que franquea una ilusión

En remolinos el campo arroja su furia
Y desde la ventana
Nos enamoramos

Son oscuridades que se ensañan
En iluminarnos
El centro de la costumbre, un jardín.

Yo habré pasado de largo
Cuanto enseña la tormenta

Los centelleos perturbados
Una letanía cifrada en el agua

A ella ya no le queda nada
Ni la inocencia de este verso

Sapos estallan
Atroces ante los ojos
Y el crepitar suena y hace soñar

A ella le respira el amor rancio
Escapado de la vieja caja de zapatos

A ella las fatalidades se le estiran
Ya pusilánimes
Detrás de la gruesa bruma

El deseo es un hombre que fuma
En un rincón
Mientras el agua azota otros cristales

Rispideces, anhelos y escozores
Espejos, amores, quiebres

Los postigos y una sombra
Sin otro destino
Que el entusiasmo

Las Pandoras encerradas
Exploran el abismo

Apenas una boca
Sin cadencia en el masticar
Apenas eso

Y el viento se habrá llevado casi todo.

11/08/2008

de poetas y poemas

Les dejo algunas sentencias como disparos en la noche:

"Parafraseando a Heráclito podría pensar: ningún lector atraviesa dos veces el mismo poema."

"Antes del poema, el silencio no significa. Después del poema, el silencio es políglota."

"La poesía no es madre o hija de la lengua o del habla, sino amante. Cuando una poética se convierte en la esposa oficial de una lengua, ya es poesía muerta, ya el orgasmo se ha vuelto carne podrida."

"No creo en la fórmula alquímica, no creo en el misterio sino en el oficio, pero el poema empieza donde termina el oficio."

La nota completa de Rubén Vedovaldi, en Lecturas y Miradas, pueden leerla aquí: "Sobre Poema y Poetas"

10/27/2008

LA ESPERA


Hoy, cuando llamaste a primera hora, supe que por la noche había vuelto a soñar con vos.
No lo dije, no era la circunstancia adecuada; el manos libre no brinda la intimidad necesaria para una confidencia de este calibre. Probablemente te dieras cuenta del silencio inicial, aunque también pudiste asociarlo a mi sorpresa: después de todo, hacía tiempo que no llamabas. Pero ese momento de suspensión correspondía al déjà vù que como flashes, o espasmos, despertó una segunda conciencia, borrosa, o mejor: fragmentaria.
Mientras hablábamos, y tu amiga se sumaba a la conversación, me preguntaba si, de no haber mediado el artilugio tecnológico por el cual un diálogo se puede transformar en una conferencia, te lo hubiese contado, aunque sea para tu regodeo personal. Ambicioso en la experiencia, trataba de sostener el hilo de la conversación y reconstruir a la vez lo soñado, porque sé que la vorágine del día dilapida el tesoro de esa vida paralela. Querías decirme, o advertirme algo importante, sin embargo terminamos con palabras superficiales y distantes, una conversación casi de ascensor. La distancia y el tiempo, paulatinamente, nos fueron llenando de un pudor infantil que, como una pátina de aceite, impermeabilizaba cualquier afecto sospechoso de pasión. Apenas cortamos, lo lamenté, aunque bien sabía que para ambos era una suerte, nos evitaba una nueva catástrofe emocional, de las cuales, cada uno por su lado, teníamos demasiadas.
Cerca del mediodía me reuní con uno de los escritores, a quien conocí en oportunidad de compartir una mesa de lectura, que presentaría su libro en la feria. Daniel, el fotógrafo del diario no había llegado aún, pero el hombre venía armado con unas copias que enviaba la editorial. Imágenes de la tapa de otro libro, próximo a lanzarse, y unas cuantas de él mismo en pose de solapa. Mientras calentábamos la conversación para el reportaje yo pasaba revista a las fotos casi automáticamente, sin verlas. Como una traición a la vigilia se coló una que correspondía a mi sueño reciente. Duró un segundo, enseguida comprobé que era un espejismo. Sin embargo, tu imagen desnuda con la cabeza baja frente a la mesa, en una habitación oscura, aguardando, mientras el cigarrillo consumía tu espera de mí, se fijó cruel en la retina. Pedí disculpas al entrevistado y me levante de la mesa para dirigirme al baño. Lavé mi cara con rabia, como si quisiera desprender o borrar una cicatriz que me acusaba. Comprobé en el celular un mensaje tuyo en el que decías que en cuanto pudiese, llamara.
Cuando regresé encontré a nuestro escritor charlando con Daniel que encastraba, ducho, los artefactos de su herramienta. Un francotirador preparándose para abatir a su objetivo, imaginé.
La entrevista siguió por los carriles esperados; yo tenía el oficio para las preguntas y él para las respuestas. Me reservé las finales para ese otro libro que en pocos meses estaría en las reseñas de los suplementos culturales. Me dijo que en realidad, si bien ya había entregado los primeros capítulos y acordado el título con la editorial, aún no lo había terminado. Estaba bloqueado, y no podía avanzar, nunca antes le había pasado. Me pidió que esto no lo publicara, lo comentaba a título de colega. Era una historia de amores prohibidos y cruzados (yo me preguntaba: hoy día qué sería un amor prohibido).
Podría decirte que una historia común para los tiempos en que vivimos. Tanto él, Andrés, como ella, María, tienen cada uno una familia con hijos chicos. Se conocen a través del trabajo en una empresa con sede en varias ciudades. Comparten horas juntos; proclives a la seducción, juegan y en el juego se atraen. Pero María a su vez vive un amor secreto desde hace un par de años con Claudio; él también tiene su propia familia. Claudio trabaja en otra sucursal de la misma empresa. Es quien la ha puesto frente al error inicial. Quien, de algún modo, despertó aristas de su personalidad que desconocía, una cabida para el amor que no había imaginado antes. No tiene dudas, lo ama con todas las letras; lo anterior fue como una ilusión, un deslumbramiento que confundió con amor durante años, un rol que le crearon y que asumió para una película de pueblo, pero de esa ilusión nació una hija a la que adora. La energía de María se diluye, por un lado, en salvaguardar la máscara del matrimonio, que considera una burbuja para su hija, sin dejar de encontrarse cada vez que puede con Claudio, y, por el otro, en ser excesivamente eficiente en su profesión. Ninguno de los hombres se conoce entre sí. María está muy segura acerca de la intensidad de su pasión, sin embargo no deja de atraerle Andrés, con quien ha desarrollado una intimidad siempre a riesgo de ir más allá de una amistad llana. Alguien que vibra en una frecuencia diferente, en la que se reconoce y a quien puede confiar hasta su mayor secreto. Sucumbir a una nueva pasión la aterroriza, siente que la pondría al borde de la disolución de la persona íntegra que se creía, la imagen ordenada y cabal que fue construyendo de sí misma y que ya Claudio resquebrajó.
Una serie de acontecimientos pone distancia entre María y Andrés, pero el lazo se mantiene y es allí donde no puedo hacer avanzar la novela; los personajes empiezan a repetirse. El último capítulo la encuentra a María que ha viajado a otra ciudad, previamente ha realizado una serie de llamadas telefónicas y ahora está en una habitación humilde y sombría, donde la única luz entra por una pequeña ventana, se desnuda como si se desvistiese de sí y de su vida y se sienta frente a una mesa, enciende un cigarrillo mientras espera.
Bueno amigo, continúa diciéndome, el problema es que no sé a quién espera, si a Andrés o a Claudio. No puedo resolverlo desde hace más de un mes, los editores se impacientan porque tienen el lanzamiento programado. Creo que la pobre María se va a pescar un resfrío, en la medida en que yo no encuentre cómo continuar la historia.