
Los poetas sabían algo, pero no todo, sin embargo, se ufanaban de la completitud de su oficio. Fui poeta y supe y asumí que solo dejaba migas a mi paso para regresar, o para que los pájaros se llevaran el trigo a otros estadios perdiéndome aunque nadie que quiera está perdido.
Las mujeres tomaron la línea de lo que desaparecía y envolvieron sus fetos con la tela de araña del desasosiego para darle un destino encriptado. Hoy desciframos los códigos de la memoria, cuya clave es el olvido. La madre irracional arrojó sus hijos a la guerra, y los sobrevivientes se embelesaron con el infierno de la pasión. Pasión y palabra. Hubo quien dijo que ni una ni otra se define por el contrario, ni una ni otra se relacionan por más que la literatura mítica del lenguaje diga lo contrario.
El río lavó el hueso una y dos veces y pergeñó la abolición de la identidad, el corazón lavado no era el mismo hueso y la carne se deshizo en la antonimia. Los anillos de la continua vuelta voltearon aleatoriamente como para desdecirse.
Fui poeta y amante y nunca fui el mismo hombre en el mismo lecho y nunca la voz pudo dar cuenta de lo que vale, de lo que dije, de lo que sentí y de lo que mentí, y nunca la mujer fue la misma mujer. La poesía era amiga de pobres y ricos; los prejuicios los agregaba la turbamulta que disecaba y clasificaba en cajones demasiado estrechos; poco continente para tanto contenido, poca forma para tanta desmesura. La poesía era amiga de pordioseros e indigentes, y de innobles dirigentes, comulgaba con clérigos y se acostaba con guerrilleros, sin embargo era la misma, y aún así, no podía ser nombrada.
Desaparece. Siempre está desapareciendo.
Jorge Alberdi, Julio del 2009
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