7/07/2009

OTRO VENTRÍLOCUO FAMOSO

Fernando nació mudo.
Sus padres no escatimaron esfuerzos para lograr cambiar esta suerte. Los mejores médicos; los más prestigiosos especialistas del mundo, fueron incapaces de modificar la sentencia de la naturaleza.
Entrando en la adolescencia, edad pródiga en experiencias lúdicas, y ya sobre el final de su segundo año de secundario, descubrió que podía modular rudimentariamente el escape de sus propios gases si regulaba adecuadamente su músculo anal, uno de los pocos esfínteres sobre el cual la voluntad tiene algún control.
Entusiasmado con el hallazgo, cambió la dieta y dedicó los meses del verano a un profundo entrenamiento, encerrado es su cuarto de la planta alta, hasta lograr un refinamiento inimaginado de su habilidad.
Finalizadas las vacaciones y de vuelta al colegio, quiso sorprender a su mejor compañera saludándola a la entrada del edificio. Ella lo miró a los ojos, y luego miró por encima de sus hombros, detrás de él, buscando a la persona que le habló. “No busques, soy yo”, dijo, sin abrir la boca, con una media sonrisa triunfal y pétrea. Ese día fue la sensación entre sus compañeros, quienes aún maravillados y divertidos por la singularidad de Fernando, no dejaban de sentir alguna inquietud; esa disociación entre las palabras y la boca que solo sonreía… como si fuese el monigote de un ventrílocuo ausente. Después estaba el tema del olor, que al principio fue un condimento, una humorada más para los varones, solo al principio…
Lo cierto es que al cabo de un par de días, Fernando podía hacerse entender, pero ninguno de sus compañeros quería acercarse a escucharlo. Sus padres le sugirieron que quizá sería más fácil si en lugar de hablar él, lo hiciese a través de un muñeco.
Fue así que Fernando acometió la dura tarea de la ventriloquía.
Su primer show lo montó para los parientes en el living de su casa. Luego de cuarenta minutos ininterrumpidos de chistes recopilados de todos los ventrílocuos de mediana fama que tenían algún registro en viejas películas, la abuela, descompuesta, cayó redonda. Padres, tíos, primos, todos corrieron a abrir las ventanas.
Cuando ya todo indicaba que a Fernando no le quedaba más remedio que la eterna mudez, el hermano menor, familiarizado con internet, vino en su ayuda.
Hoy basta una consulta en Google para encontrar los asépticos videos de este maravilloso ventrílocuo, que se tiene a sí mismo como muñeco, en la red de redes.

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