8/01/2010

CÍRCULO ADMIRABLE

Muy joven aún para las glorias de las Letras, tuve ocasión de acercarme a un escritor de considerable reputación. Además de pedirle que autografiara su último libro, me animé a confesarle que mi solicitud no era un mero cholulismo. Me acerqué a él porque lo admiraba. Se distrajo firmando un par de ejemplares para unas señoras muy pintadas y aromáticas, balbuceó un par de palabras, alguna sonrisa tartamuda de agradecimiento y me devolvió la atención. Qué interesante, me dijo sin afectación, yo cuando empecé admiraba a X, y aún sigo admirándolo, por más que mi escritura se aleje de lo que él hace. Cruzamos algunas palabras más y la marea mediática de la feria se lo llevó iluminado para una nota en la TV (nunca supe en qué canal pasan esas entrevistas).

Años después, esta vez en una Convención que me tenía entre sus jóvenes promesas, me encontré con X, un hombre un tanto mayor que yo, pero no tanto como se podría pensar. Era una de las figuras centrales del encuentro, y el hecho de compartiésemos ponencias; almuerzos y cenas hizo que nos franqueáramos cierta confianza. La última noche, luego de las exposiciones finales, cenamos uno a la par de otro y cuando el vino había instalado un aura de camaradería en toda la sala, le conté de aquél otro escritor y de la admiración que le profesaba el mismo. Notable, me contestó, nunca lo hubiese imaginado, por el contrario, siempre creí que él subestimaba mis libros. Ya en un tono de generosa confidencia X me dijo que, de los autores locales, admiraba a Z.

Finalmente las Letras me hicieron un pequeño, ínfimo, lugar entre sus glorias. Z era un autor rutilante, además su personalidad enigmática; su porte de viejo aventurero; elegante y seductor, acaparaba la atención estuviese donde estuviese. En cambio yo tenía tendencia a desaparecer en las reuniones con más de tres personas; me quedaba en los rincones atento al despliegue del resto de los asistentes; mi ámbito eran los “suburbios sociales”. Sin embargo, pese a mi asumida timidez, si tenía interés en entablar conversación con alguien en particular, no dudaba, me lo imponía y allí iba. Eso ocurrió durante la entrega de unos premios nacionales; Z había sido uno de los cinco integrantes del prestigioso jurado que había determinado al campeón de la palabra en el tradicional certamen. Si bien no alcancé esta vez a subir al podio, una mención menor me tuvo entre los invitados. En un momento estuvo frente a mí, sirviéndose un vaso de vino tinto y nos pusimos a charlar. La conversación se fue deslizando por una idea que tenía Z acerca de los suplementos culturales de los diarios –de los cuales se servía– y del mercado editorial, que dejaba afuera a muchos escritores de valía. De pronto mencionó la palabra mágica, dijo que le admiraba la labor solitaria de varios de ellos que aún sabiendo que jamás entrarían dentro del canon no cejaban en su intento de expresarse como creían, al margen de los dictámenes de la academia o del mercado. A esa altura X había alcanzado fama internacional, incluso superior a la que ostentaba Z. Le conté la anécdota, y me animé a más, le dije que me interesaba profundamente conocer a quién admiraba él. Z llevó la cabeza hacia atrás, me miró socarronamente y levantando la copa de vino me dijo: ni lo dudés muchacho, a vos.
J A (2010)

5/13/2010

EL REFLEJO

Los perros que me muerden desde adentro mientras el horizonte se quiebra y la ventana proyecta una sombra sobre los marcos de las fotos que no distingo e ilumina las paredes blancas de la oficina. Las borraduras del estereotipo quemadas por la mirada vacía cuando el dolor de las dentelladas cesa y uno se aferra a ese único segundo que va desde la profundidad de la nostalgia a la euforia fugaz de la felicidad. Después, los perros mastican y mastican y las voces de las autoridades me dan náuseas el juego se estupidiza, la pose y la pregunta, esa sensación de inutilidad que prensa más que las mandíbulas del carroñero, y la vida se va goteando.

Por la ventana veo el andar mudo de una mujer que se detiene y acomoda el pelo ante el reflejo creyéndose sola en el mundo y pienso en su felicidad. Las tapas de una revista se enredan en la brisa de un otoño extraño y las hojas de los árboles son una ilusión en la gran ciudad mugrienta, maloliente. Sin embargo hay algo de belleza en la naturaleza urbana cuando imagino este lugar antes, antes de nosotros, yermo, quemado por la seca, u oxidado por una vejez que no tendrá límites. Las variables tienden al infinito y eso es lo peor, su finitud es cuestionada a cada momento. Los perros vuelven y en la esquina un auto choca a otro que enviado sin control sobre la vereda embiste a la mujer que hace unos segundos se acomodaba el pelo ante el espejo de mi ventana sin verme. Todo se sucede precariamente, con un orden secreto provocado por la fragilidad de lo que somos. Mañana pasaré por allí y encontraré un zapato blanco y solo, gastado de mejores días y me preguntaré por el color de los ojos de la mujer embestida o si ella es apenas ese zapato extraordinario abandonado en el cordón de la calle intentando ganarse algo de esa luz lúgubre que prevalece como anuncio de un invierno ciclotímico.

La aridez de la estupidez y la premura de lo que perdura encienden los dedos del escriba maldito que se va en los tipos desobedientes de toda armonía. Los espectros son cada vez más rotundos y la parálisis no tiene remedio ni conjuro. Se va como en sangre a despoblar los ductos laberínticos de una forma que no hallará cauce. Los perros con su dolor anuncian la blandura, representan lo que son, una especie de ser mitológico olvidado por los poetas y recuperado por la miseria. No sirve gritar. Nadie oye. La mujer se acomoda el pelo y hasta se endereza un poco para levantar los senos antes de seguir camino a su muerte. Pienso en su felicidad. En lo que cavila en ese momento frente al ventanal qué perros la muerden qué infinito la desprecia qué eternidad la seduce qué olvido la sentencia.

4/02/2010

Dialoguitos

— Pero yo le dije que no me siguiera, y usted lo hizo…
— Se equivoca, muchacho, no lo seguí. En todo caso, caminamos el mismo camino.
— ¿Le parece?
— No
— ¿Entonces?
— Entonces… usted pregunta demasiado ¿no le parece?
— Ahora es usted el que pregunta
— Volvemos a empezar; yo lo sigo; yo pregunto ¿qué más?
— Nada.
— ¿Nada?
— Sí, nada. Usted por su camino, y yo por el mío.
— Qué fácil. Cada uno por su camino. Como si no fuese ese el problema…
— Qué problema
— Empezamos de nuevo con las preguntas capciosas
— ¿Capciosa? Capciosa sería una argumentación, o una sugerencia, para arrancarle una respuesta que pueda comprometerlo, o que favorezca a algún propósito mío.
— Bueno. Y qué. No hace eso. Confundirme para que nuestros caminos coincidan.
— Pero si soy yo quien le pidió que no me siguiera…
— Y por qué está tan seguro de que yo lo sigo. Pienso que es al revés ¡Usted me sigue a mí, jovenzuelo!

http://ventrlocuo.blogspot.com/2010/04/dialoguitos.html

3/18/2010

EL GESTO

Con estas manos
que horadaron tu vestido
y trazaron un estuario
en tu piel.
Con los dedos que supieron
escribir pero también humedecer
los labios para que el aire caliente y estremecido
alimentara una nube ínfima
y la piel se esparciera
sobre el ansia
o el sabor de la menta
de la mañana
de la noche
de las sobras
que dejabas
como un rastro precario
mientras
de a poco
me despedazabas
y el alma de los trenes
ascendía en humo
al cielo de los esfuerzos.
Con el estupor
cuando
te diste vuelta
y estas manos
en vano
el gesto de mariposa
muerta en el charco
dibujaron
aquel verano demasiado caluroso.

Jorge Alberdi, 2009

2/22/2010

EN LA NOCHE

Cada vez que volvés la cabeza
en la noche
a hurtadillas de tu amor de siempre
y en una franja
de oscuridad
la grieta fulgurante
de mi último abrazo
el que doblegó las aristas
de tus desalojos
inundó la cavernosa tempestad de la lengua
o martilló sobre tus cruces
las tachuelas de la locura
te arroja al rito
aquello ausente
engarza un nuevo riesgo
“el futuro no llegó del todo”
murmurás
y seguís el camino de las baldozas
de la fidelidad.
Los semáforos cumplen su cometido
y la noche cierra su equipaje.

Jorge Alberdi, enero 2010
http://ventrlocuo.blogspot.com/2010/02/en-la-noche.html