9/26/2009

APAGÓN

El fluido secó la circulación y la luz cedió a la intemperie borrosa mientras las amebas de la rutina cercenaban la magia de la noche que subía por el cerro y explotaba en los callejones de la breve ciudad. Todo en una ciénaga de ocaso daba una imagen de mortandad, de lastimosa vida que se fue en un recuerdo y las casas los edificios los monumentos parecían ruinas a los ojos de un explorador. Ese que yo era, sorprendido por la nimia luminosidad de una vela que dejaba una huella en los cristales empañados. El viento comenzó a arreciar mientras las sombras se abrían a mi paso y los circunloquios de la calleja se demoraban como esperando una lluvia de hojas y polvo, el oro de la noche enamorada de los efluvios de la pobreza que tiznaba cada partícula emergida a la negrura. Llegué a un enrejado desvencijado y me paré delante de él como ante un altar. Los murciélagos habían abandonado los escenarios de la poesía y sobrevolaban la testa como teros enloquecidos defendiendo un nido imaginario. El vacío daba vueltas cualquier imagen y las ventanas comenzaron a estallar, a vomitar su otro vacío ensangrentando el ánimo. Un pájaro se estrelló en la oscuridad y las palabras para nombrar lo sucedido no fueron forjadas por lo cual solo quedó una huella en mi memoria hasta que las cenizas se ocupen, algún día, de su rastro. Ráfagas raudas acontecieron y las llaves de la necesidad abrieron los cándidos cerrojos; los candados del azar, o el desbarranco del destino, quebraron la rigidez de la estampa. Un amague de luz incendió por una centésima el infierno del barrio, pero la terca noche no se dio por vencida. Arañas tejieron rápidamente un telar urbano para que ningún párvulo escape del lodo. La injuria como vómito, la maraña de los sentidos que se doblegan y el espasmo del orgasmo interrumpido por un cronómetro.

Yo era el hombre que parado frente a la reja oprimía el botón de un timbre inútil. Me levanté el cuello de la camisa en un gesto infructuoso de protección y me encaminé hacia el centro imaginario del torbellino. La ciudad agonizaba o se retorcía morosa.

Jorge Alberdi / setiembre 2009

9/18/2009

APARICIONES

“La niebla venía a buscarnos,
aunque estaba desde siempre”
Rogelio Ramos Signes


Estábamos sentados a la mesa de aquel bar
doblados en miradas y guiños de atardecer
y desde el fondo del espejo
un omitido apareció.
En la memoria, un segundo
bastó para que el rumbo de las ausencias
divagara.
Nos preguntamos por la punta del iceberg
nos preguntamos por nuestra sólida presencia
hasta que la pregunta nos desvaneció.
Somos espectros, ilusiones
que tienen conciencia de sí, engañosa.
Necesitamos que alguien no esté, para ser.
Es terrible, pero quizá
aquellas sombras, siluetas, nombres que insisten
en ser lo que no son
pertenezcan a una vida más real
en otro lugar, otro espacio
gente, al fin, que relata historias de muerte
historias de haber sido, sobre padres madres o amantes
que gritan nombres contra las paredes
y que cada tanto
invaden este mundo inconsistente
como un efecto de realidad.
La tiza con la que escribo mi nombre
la traza de la desintegración que me hermana
que nos vuelve relato
cristal oscuro de ideas como armas
tiembla en cada evocación
y mientras un niño se esfuma
nos sentimos horriblemente vivos.
Hojas secas que se queman
para que el humo justifique alguna realidad aparente.
Este dolor que no tiene el consuelo de la certeza
retorna como una elipse que niega la continuidad.
Quizá de tantos ausentes
seamos nosotros fantasmas
como esa niebla que viene a buscarnos
aunque siempre haya estado aquí
en la mesa
donde la ventana de un diario
habla de aquellos de los que no sabemos
pero quisiéramos tenerlos
sentados junto a nosotros
jugando con las migas
sobre el mantel.

La tarde cae, definitivamente.

Jorge Alberdi; setiembre 2009, a propósito de tantos JJ López

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9/14/2009

EL GATO Y EL PINTOR

El gato maullaba en la oscuridad
era un faro en la noche
los vecinos tenían diferencias con mi opinión
y un día
el gato apareció muerto.
Lo llevé de un amigo pintor
para que lo retratara.
Mi amigo había salido
pero su esposa era veterinaria
le confesé que quería inmortalizarlo
me dijo que la solución no era esa
sacó unos brebajes de un armario podrido
untó a mi pobre gato con aceites extraños
rasgó unas sábanas viejas y con los trozos
lo envolvió como a una momia.
Luego preparó yeso y lo embadurnó.
Me volví por el camino más largo
para darle tiempo a que fragüe el yeso.
Llevaba al animalito bajo el brazo
el cielo era límpido y no parecía
el cielo de Buenos Aires
la gente me saludaba como si me conociese
y yo devolvía con una sonrisa tanta atención
aunque por dentro pensaba
cómo vengarme de los vecinos aquellos.
En un semáforo me encontré
con mi amigo el pintor
le dije que volvía de su casa
él se enojó porque no quería que su esposa hable con extraños.
Traté de convencerlo de que yo no era un desconocido
pero no hubo modo
insistía en que dijo extraños, no desconocidos.
Al final, mientras discutíamos en la vía pública
el día se arruinó y comenzó a llover
la gente corría a refugiarse y nosotros no nos movíamos de donde estábamos.
El agua nos mojaba y de a poco nos fue enfriando
le propuse subir a la terraza de un edificio
a ver desde arriba los paraguas que se abrían
a contar sus colores
o a bebernos una copa de ozono.
Mientras tanto el yeso de volvió a ablandar
y por el cuerpo me corría un líquido blancuzco y sospechoso.
El pintor se fue apurado cuando recordó que
no había cerrado la ventana de su atelier
y que su esposa, ocupada en hablar con extraños
seguro que no se dio cuenta.
No quería perder su última obra
que trataba de unos vecinos
furiosos con un gato del barrio.
Me dijo que la estética que utilizó era expresionista.
Hoy está de moda volver sobre los pasos.
Para entibiarme un poco me metí en un bar
la lluvia arreciaba y el mozo se demoró
pero finalmente me trajo el café con leche con medialunas.
A modo de pago
le dejé lo que más quería en la vida:
mi gato engrudado sobre el linóleo.
Salí nuevamente a la calle en medio de una gritería
las gotas de agua se fundieron con la sal de las lágrimas
todo termina, me dije
todo es efímero, hasta la amistad entre un hombre, un gato y un pintor.

Jorge Alberdi 14/09/09
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