6/07/2008

LAS SÁBANAS AJADAS

Los ojos me devuelven al estiércol de la matina, al estéril tapiz de la mañana doblada por la neblina. Como ánimas las manos animan el fuego en torno al cual los monjes de la intemperie y los perros se calientan y descubren el olor picante de las ramas quemadas, la efervescencia de la yerba mate, la urgencia de la garganta, el escozor del tabaco rancio y el prurito de la sarna. Los muelles desencantan su muerte, el sonar del agua que baja invisible llevando olvido y esperma tan lejos como sea posible. Después la calleja se abre para engendrar bicicletas montadas por seres desflecados y encubiertos cuyas arrugas condensan el agua que corre como por canales o surcos confundiendo sales, intercambiando lágrimas, lluvia y transpiración. El sabor del orégano descansa en el fondo de la lengua entumecida y los músculos sueñan con una balsa que se deja empujar por el mar, a la deriva, como la voz de los descabezados por las explosiones en el Líbano, pero la realidad estropeada en el hondo suceder sacude la espera inaudita, la perspectiva incompresible con fondo de humo y niebla que se aman y retuercen como una dínamo de confusión. Los dijes, las perlas y las joyas naranjas de la enredadera empalidecida que insiste con su savia entusiasta, para quebrar tanta monocromía, tanta sinuosa aspereza, tanta blanca matanza del color.

Jorge Alberdi /03/08/2006

3 comentarios:

anais dijo...

Guau!

En un momento m ehiciste acordar a las mañanas muy tempranas de mi adolescencia, cuando todavía existía el ferrocarril y en la Estación Zola, los changarines se juntaban alrededor de fogones esperando que llegaran los trenes.

Anónimo dijo...

Anais:
debe haber algo en mi inconciente que retorna, durante mi infancia y la primera parte de mi adolescencia viví al costado del ferrocarril.
Besos

Gala dijo...

Mi vida siempre giro al rededor de las vías de un tren, no sé por qué.