5/25/2008
5/24/2008
SOMBRAS CHINAS
Quisiera ser
Luz elemental / Que palpita
Para amar las figuras que crea
O múltiplo del segundo
En que una cosa no es la otra
Antes de que
Finalmente
La mirada
La mate en la forma arbitraria
Del código.
5/21/2008
HORAS EXTRAS
Tal vez, a esta hora no estés, no te hayas dado la vuelta para mirar caer el sol, ni asomar la primera estrella, ni estrellarte con la mirada oscura de la ventana del cuarto de enfrente, donde estoy yo habitualmente, menos hoy.
Hoy estoy describiendo el pelaje de los gatos, y a ratos, giro la cabeza y espío por el ojo de la cerradura al cuarto vecino donde una muñeca estudia en voz alta un inglés percudido, y creo que el frío que entra por la claraboya le está afectando la garganta. Una garganta que pronuncia fonéticamente un habla sinsentido, y gime cada tanto cuando descubre que un escozor le sube por la entrepierna, y es de frío, de ninguna otra cosa. Me han dado trabajo extra; describo el pelaje de los gatos, en lugar de estar frente a la ventana de tu departamento a la hora que movés tu cabeza y agitás tus cabellos y luego te parás y me mirás desde allí y me sacás la lengua. Después cerrás la ventana y el sol cayó, el ocaso acaso ya haya sido por última vez y ni vos ni yo nos enteramos, yo por mirarte enamorado y vos por reírte de mi silencio estúpido y contemplativo. Sí, mientras yo describo los gatos de todos los continentes tal vez a esta hora estés tomando el té en otro lugar, o como yo, con alguna tarea insólita con el único fin de no mirar hoy por la ventana y encontrarme ahí cerca y distante, sin poder gritarte que te mordería los labios sin lastimarte, que dejaría que tus cabellos lacios se enreden en los pezones mientras abro tus piernas para meter mi cabeza
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5/17/2008
INSTANTE
En el ahogado despliegue del día
cuando ya los muertos han muerto
en la volatilidad de un sueño
donde por un inconmensurable lapso
describieron el agónico placer de ser y no,
miro a la distancia
tratando de que la vista sea otra en su amplitud,
o el giro de la brisa
me vuelva hacia atrás
me transforme
me dé las alas que la noche colgó
y me levante por sobre el cansancio
de años y estupidez.
En ese instante que no es la pérdida
pero la vida pasa en un segundo
y se va por la alcantarilla
con sordo ruido
los soles ciegan
la calle ensordece
la ciudad abisma
cuando la nada es el horizonte
de esa mirada casi desesperada
vuelvo la cabeza
y me encamino hacia otro lado.
5/11/2008
Fugacidad; Obsolescencia y Compromiso estético
Solo un pasaje de la interesante entevista a la escritora brasileña Nélida Piñón:
(...)
–Hoy la vida decreta tu obsolescencia en muy poco tiempo. Irónicamente, nunca se vivió tanto, pero de qué vale si estamos bajo la tutela de la obsolescencia. En muy poco tiempo desaparecemos del mercado, de la vida, de la constancia, de la permanencia, de las pequeñas mínimas garantías existenciales.
–¿Esa visión fugaz influye en la literatura?
–Afecta incluso temáticamente, pero no debería afectar la calidad del texto, no deberíamos hacer un texto fugaz, voluntarista, un texto para ganar dinero. El compromiso del escritor no es hacer una obra descartable sino perenne, no importa que termine en el fondo del sótano. El autor tiene un compromiso más estético pero también ético con el texto y no puede aceptar que, por ejemplo, el mercado se convierta en un elemento de imposición estética.
(...)
5/05/2008
SOY EL ASESINO
En esta mortal melancolía bizarra que arrea el colérico sueño del verano. Ya el cuchillo hendió el muérdago de felpa y como diarrea la esperma roja dejó su rastro en la rala espesura. No hay más que rastro y la duda que ahonda cualquier herida, hasta la de la purga inverosímil de unicidad. Todos podrán escarchar el lago de la opinión, la noche está perdida y las estrellas se desfiguran. Ulular, merodear la espuma de luces, la cana que rompe la magia. Sangre sangre sangre y ritmo en la traza. No indagues más el asesino soy yo que he visto subir y bajar con mortal desparpajo la hoja la sierra la dura cuchilla de la orfandad. Restregaba y arrancaba moles y lombrices espaciales eufemismos y admirativos adverbios. No insultes a mamá que duerme la nana entre algodones de clorofila. Licor de mentas que rezonga en la garganta cortada en dos. No quiero que me nombre ante la gente, no quiero que brille el pulido objeto, no quiero que nadie cree un espacio publicitario mientras las banderolas de la acusación amordazan la libre interpretación.
Qué llagada. Que vasta ambigüedad la niña y el niño, que ocultos en el desdoblamiento encontraron mi furor tanino, mi fuente de agrio desafío.
No me mires a los ojos si quieres la verdad.
La muerte que en el callejón embellece la historia. La transida calumnia que deshueva el monstruo de múltiples cabezas. El ojo que ensarta la aguja de la poesía y la proeza. La canción que arma el argumento. El despojo que ronda la ilusión del héroe.
Qué soberano desperdicio. Ni pegando papel con papel desbroza el uno a uno el principio y el fin. Porque magia del tiempo, allí estaba, allí no estaba. Y ahora recojo la visión desde la calleja solitaria. Tumulto, hormigas en melaza, tan distantes, tan devueltas a sus hoyos, tan desdentadas de motivos.
Runrún, conversación, sonrisas y estupor.
Ahí, caminando en lo obscuro, con fino deslizarse, y delicado aroma de solitario sonriente, allí entre sombras que juegan a ensombrecerse, entre figuras que se devoran en otras, quizá devuelto a su plutónica licantropía, con un camino largo y brillante, pero curioso, el duende, la carga de los celos argásmicos, el detalle de un deseo, el micro organismo de una pasión, hecha carne y a tu nombre. Sin la costilla iniciática, sin el paraíso brindado, sin sentido ni horror, afilando su segundo estupor, niña, niño o animal. Ciego y vidente a la vez. Sordo por sobre todas las cosas, duerme el durmiente, el eterno dios, que de un parpadeo nos acaba.
Jorge Alberdi 04/2005 (republicado)
5/01/2008
TRAZAS 15
Dicen que es tan dulce
El olvido los que olvidan
El sabor salobre de las excusas.
Y tener una flor en un ojal inexistente
Robada de jardines ensombrecidos
Arrebata maravillas de dijes
No resalta ninguna caridad
El rostro en el oval retrato
Ahíto de aberturas y desvíos
La claridad de la sombra
Destroza nuestra temporalidad
Dicen que es tan equívoco
El roce de una telaraña
En la oscuridad
Pero a la caída del sol
Los papeles se queman
Sollozamos por la puerta que se ha abierto
Las ventanas y los retratos
Francos se aquietan en la remembranza
Posesos de un escozor
Anunciados y desahuciados
Por tanto albor postergado
Dicen que el aroma
Encarna aquello tan dulce
Que ha muerto en una palabra
Las sienes palpitan y la noche
Nos engulle lentamente
Las formas pierden el ritmo
¿Se puede hablar en primera persona
Cuando se está solo?
¿Damos al eco la probabilidad
Del cortejo?
Un animalito en la mudanza
En el espejismo del cristal
En la densidad del reflejo
¿Se puede hablar
Cuando se está solo?
Dicen que cuando se llega al río
La costumbre es dulce
Y el olvido la muerte
.
entre ellas y como expresa una mala traducción española ¡comerte el coño! Y mientras alcanzás un orgasmo terrible yo te hago preguntas insólitas, o sentencio cosas del tipo ‘la literatura está movida por el sexo’. Sí ¡eso! accediste a hacer horas extras en la oficina con el único fin de no hallar mi figura que te perturba y por eso te burlas. Tu jefe ha dejado que corrijas las rimas cacofónicas que se le escapan en los memos porque alguna vez fue un poeta y la palabra siempre lo tienta y como no tiene control sobre ellas una arritmia que quedaría muy bien en cualquier otro escrito, en los memos, en las cartas documentos, en los formularios de despacho de logística, simplemente, no quedan. Y vos, que has demostrado tu pericia lingüística te encargarás ahora de ahogar la respiración automática de ese nuevo Bretón de saco y corbata, perfumado con una exquisita fragancia francesa que cuando la hueles sientes que te corre un hilillo de agua desde el valle de tus pechos amordazados por el corpiño hasta el pozo seco en el desierto luminoso de tu barriga, ella sí, expuesta a la mirada de tus otros compañeros oficinistas. Él se te acerca y te habla desde atrás, muy cerca del oído, y te hace un comentario que no alcanza a ser obsceno, y allí lo hueles, te impregnas, y ya no es solo el agüita que te corre desde los senos emponzoñados y listos para saltar y arrollar con los botones de la camisita cortita y abrir en pedazos el corpiño como si fuese una granada; es la piel, esa piel aceitada y ambarina que gustás de acariciarte cuando te bañás, o cuando te recostás en el sofá de tu departamento, recién llegada de la calle, con el pantalón abierto y apenas la cremallera baja donde deslizás tímidamente la mano hasta rozar la aspereza de la pelusa del pubis. No, ya no es ese líquido impertinente que corre como si fuera la propia sangre que se le ha dado por el cauce de tu epidérmica superficie sino esos millones de puntitos que ahora tienen vocación de cráteres diminutos, de nanovolcanes que anhelan expulsar esos vellos dorados y largos que tus amigas admiran hasta la envidia.
Pero todo pasa, como los huracanes, rápidos, vertiginosos, potentes, dejando al descubierto la destrucción de la velocidad, porque eso es una tormenta: la destrucción que ejerce la velocidad. Tu jefe se aleja a otro escritorio, y deja ese vaho de sensualidad que apenas se difumina hasta agotarse ya te está mostrando otro plano: sus redondeces, las entradas mal disimuladas en la cabeza, el traje que está gastado en los codos y el pantalón arrugado de usarlo durante una semana seguida. Pero ha bastado un segundo para enardecerte, y en ese segundo te hubieses sentado en el escritorio y lo hubieses agarrado de la corbata hasta amoratarlo, le hubieses metido la lengua entre los bigotes y con las piernas le hubieses practicado un abrazo mortal para espectáculo de tus grises compañeros. No importa que el señor tenga caspa en los hombros, aún tiene esa delicadeza de saber mirarte, de quemarte en silencio, de dejar caer el gesto iracundo y sin embargo suave, de aquel que ha tratado a otras mujeres, algunas incluso más jóvenes y más bellas.
Y todo lo hacés hoy, quizá, para no llegar a tu casa solitaria y enfrentarte con este vecino cuyo único entretenimiento es abrir la ventana para ver si estás allí a la hora pactada, para dejarse humillar por la lengua de la burla, por tu gesto despectivo. Desprecio porque no ha sabido nunca golpear a la puerta en tu peor momento y sin pedir permiso violentar esa intimidad del hastío, sonreír y sin decir ‘agua va’ desprender tu camisita arrugada de tanto inflarse y desinflarse por la urgencia de una fantasía doméstica.
Pero, si es así, perdiste una oportunidad porque hoy no estoy como siempre fisgoneándote sino en otro lugar de la ciudad, describiendo el pelaje de los gatos de Egipto, clasificando las orejas de los de Turquía (¿existe Turquía?), mientras en un cuarto contiguo una mujer estudia inglés en voz alta, creyendo que ya no hay nadie en la oficina, ensayando inflexiones hollywoodescas, gimiendo frases entrecortadas, escapando de otras obsesiones solitarias. Perdiste esa oportunidad, y perdimos el ocaso, el nacimiento de la primer estrella que en la gran urbe solo puede intuirse.
Hasta que al fin la barbie se da cuenta de que estoy allí, a un paso, en el cuarto de al lado, y como ya es tarde para avergonzarse, y es tarde para ir a cenar sola en el bar de la esquina, y es tarde también para terminar el trabajo que le había encargado su jefe, que hubiese podido cumplir si no se hubiese dedicado a frasear largas parrafadas en inglés gutural, y es tarde para huir, abre la puerta que da a mi despacho, se suelta el cabello y lo tira hacia delante, para que le caiga sobre los senos mientras desprende los botones de su blusa apretada y se sienta en el escritorio frente a mí, abre sus piernas todo lo que su falda le permite abrirlas y la fragancia de su piel casi oculta me emborracha hasta hacerme olvidar que hoy, ni vos ni yo concurrimos a la cita de todas las tardecitas.