(...) Nos acercábamos para cargarnos porque éramos un gran condensador humano de energía pasional. La pequeña distancia que nos separaba, la cultura, el dieléctrico que día a día se afinaba y potenciaba aún más la energía. Cerca, casi mamándonos el aliento, quietos, expectantes. Inevitablemente el aire se enrarecía y olíamos el ozono de una chispa que se anunciaba. El silencio, hay que decirlo, el de las tormentas, es un silencio parecido, es una situación parecida. Inevitablemente, algún chispazo. La descarga del condensador, la culpa, la muerte, el ciclo que comienza nuevamente y busca su destrucción, nacer en otro ser, de otra manera, de madera, de olivo, de olvido, continuo, un solo ser los dos, para evitar este dolor, la felicidad de este dolor, la felicidad de ir cargándonos poco a poco para estallar algún día.
Cada uno era lo que el otro había perdido, algo de lo perdido, del sueño, o de la realidad, de un tiempo primordial imposible de conocer. Ahora recuperado. Hallar lo perdido a fuerza de perderse; debimos perdernos para encontrarnos. A lo perdido se accede cuando se lo excede. Acceso y exceso (la fuerza, el centro, lo que late, en fin, el fin, encuentra las formas para nombrarse). Y la felicidad de la entereza, con la angustia: perder otra vez lo perdido es la muerte. Nuevo miedo; no sabíamos y creíamos saberlo todo.
La humedad de Lucía, la humedad. Aún puedo verla y quizá (sí, lo hace reiteradamente, aunque el velo, esa tristeza de la que ya no podremos desprendernos...) ella pueda verse detrás de gruesos troncos descascarados, surgiendo, sumergiendo su desnudez en las hojas secas. Desnuda para el otoño, crujiente, desnuda para mí, desnuda para ella y para sus propias manos, para sus dedos, para el segundo que guardaré, que guardaremos porque no habrá otro, no lo habrá. Su humedad en la piel, su humedad en los ojos, castaños, azules, del color de la noche, del color de la plenitud.
Perder lo perdido encontrado: morir para la vida, morir para la muerte. (...)
Cada uno era lo que el otro había perdido, algo de lo perdido, del sueño, o de la realidad, de un tiempo primordial imposible de conocer. Ahora recuperado. Hallar lo perdido a fuerza de perderse; debimos perdernos para encontrarnos. A lo perdido se accede cuando se lo excede. Acceso y exceso (la fuerza, el centro, lo que late, en fin, el fin, encuentra las formas para nombrarse). Y la felicidad de la entereza, con la angustia: perder otra vez lo perdido es la muerte. Nuevo miedo; no sabíamos y creíamos saberlo todo.
La humedad de Lucía, la humedad. Aún puedo verla y quizá (sí, lo hace reiteradamente, aunque el velo, esa tristeza de la que ya no podremos desprendernos...) ella pueda verse detrás de gruesos troncos descascarados, surgiendo, sumergiendo su desnudez en las hojas secas. Desnuda para el otoño, crujiente, desnuda para mí, desnuda para ella y para sus propias manos, para sus dedos, para el segundo que guardaré, que guardaremos porque no habrá otro, no lo habrá. Su humedad en la piel, su humedad en los ojos, castaños, azules, del color de la noche, del color de la plenitud.
Perder lo perdido encontrado: morir para la vida, morir para la muerte. (...)
2 comentarios:
Jor!!!
Extendé un poco más este fragmento, por favor!!!!
Güena salú y malos istintos.
a!
anais: se disfruta de a poquito...
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