9/21/2008

DESCARTABLE

La mesa en la bisagra.
La mirada que puede ir al interior del local
o hacia la calle.

Me siento con la bandeja
El vidrio, limpio, impecable
La calle no, está sucia, el viento arremolina hojas y polvo
Un viejo se cubre los ojos de la tierra que vuela
Mientras se apura para no perder la propina del conductor
Cuando se vuelve levanta los ojos y mira hacia el local
No sé si me ve, quizá el reflejo del cristal solo lo muestre a él
Más desteñido: un hombre cansado que guarda una moneda.

Apoyo la bandeja y comienzo a separar los paquetes calientes
En el salón la mayoría de las mesas están ocupadas
Y la poca acústica del lugar ahoga la claridad de las conversaciones
solo ruidos, diálogos desmenuzados
La mayoría son adolescentes, o padres divorciados con sus hijos.
En el otro extremo un terremoto de chicos desmontan de a poco
Un pelotero.
Acomodo sobre la mesa un papel impreso
que hace las veces de mantel
lo barato sale caro, grita el refrán doméstico
Sobre el mantel reciclable desarmo el paquete lustroso
Donde humea un sándwich de hamburguesa, pepino y mayonesa
El cartón muestra las papas fritas y a un costado
Burbujea el líquido oscuro dentro del vaso encerado.

Mientras las manos se pegotean con la comida
el hombre detrás del vidrio cuenta monedas
las hojas se levantan embravecidas desde el suelo
y la tormenta se arma lentamente
pintando de gris la euforia del mediodía
reflexiono acerca del vacío que siento
de la lejanía de las palabras y las evocaciones
del diario que me habla en otro idioma
de las emociones que resbalan en la corteza que soy

Mientras mis dedos pringosos llevan los bocados
que mastico meticulosamente
la lluvia inicia su lavado finito, y las personas corren
cruzan la calle, se meten en los negocios
el cuidador de autos ha desaparecido
y me ha dejado solo, nuevamente,
con el menú de cáscaras flácidas y artificiales
que comienza a contraerse al costado de la mesa.

Ahora la lluvia es constante y plácida
logra hacerme olvidar la algarabía interna
miro la mesa llena de papeles y servilletas arrugadas
miro también mis dedos aceitosos
husmeo en mi vacío y no encuentro nada
salvo la misma pregunta de siempre
que podría traducir de muchas maneras
pero que yo sé, es la de siempre;
el interrogante que suspende, que fragmenta, que doblega.

El viejo vuelve
Se mira en el vidrio
Creo que me ve, o ve una sombra,
O eso que ve soy realmente.
Guardo el anotador, la página casi en blanco.
Solo algunos esbozos, también descartables.

Los dedos grasientos me recuerdan que he
terminado el ocasional almuerzo
me levanto y miro la mesa llena de papeles sucios y retorcidos
Siempre que vengo aquí
una vez cada tanto
siento el mismo asco.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

insisto: en este blog antes uno encontraba tetas, culos, se cojía más. no sé si te volviste puto o qué

Anónimo dijo...

No vuelvas, no vuelvas. No te hagas ilusiones: es asqueroso nomás. Hay maneras mejores de contemplar vacíos. Vacíos chorreando grasa es demasiado.

Sin contar que, cuando tengas ganas de hacer algo más que contemplar vacíos, tu cuerpito no te va a dejar...
Nancy

Anónimo dijo...

Un poema-río que fluye con fuerza desde el manantial que lo origina.

Gracias