5/13/2010

EL REFLEJO

Los perros que me muerden desde adentro mientras el horizonte se quiebra y la ventana proyecta una sombra sobre los marcos de las fotos que no distingo e ilumina las paredes blancas de la oficina. Las borraduras del estereotipo quemadas por la mirada vacía cuando el dolor de las dentelladas cesa y uno se aferra a ese único segundo que va desde la profundidad de la nostalgia a la euforia fugaz de la felicidad. Después, los perros mastican y mastican y las voces de las autoridades me dan náuseas el juego se estupidiza, la pose y la pregunta, esa sensación de inutilidad que prensa más que las mandíbulas del carroñero, y la vida se va goteando.

Por la ventana veo el andar mudo de una mujer que se detiene y acomoda el pelo ante el reflejo creyéndose sola en el mundo y pienso en su felicidad. Las tapas de una revista se enredan en la brisa de un otoño extraño y las hojas de los árboles son una ilusión en la gran ciudad mugrienta, maloliente. Sin embargo hay algo de belleza en la naturaleza urbana cuando imagino este lugar antes, antes de nosotros, yermo, quemado por la seca, u oxidado por una vejez que no tendrá límites. Las variables tienden al infinito y eso es lo peor, su finitud es cuestionada a cada momento. Los perros vuelven y en la esquina un auto choca a otro que enviado sin control sobre la vereda embiste a la mujer que hace unos segundos se acomodaba el pelo ante el espejo de mi ventana sin verme. Todo se sucede precariamente, con un orden secreto provocado por la fragilidad de lo que somos. Mañana pasaré por allí y encontraré un zapato blanco y solo, gastado de mejores días y me preguntaré por el color de los ojos de la mujer embestida o si ella es apenas ese zapato extraordinario abandonado en el cordón de la calle intentando ganarse algo de esa luz lúgubre que prevalece como anuncio de un invierno ciclotímico.

La aridez de la estupidez y la premura de lo que perdura encienden los dedos del escriba maldito que se va en los tipos desobedientes de toda armonía. Los espectros son cada vez más rotundos y la parálisis no tiene remedio ni conjuro. Se va como en sangre a despoblar los ductos laberínticos de una forma que no hallará cauce. Los perros con su dolor anuncian la blandura, representan lo que son, una especie de ser mitológico olvidado por los poetas y recuperado por la miseria. No sirve gritar. Nadie oye. La mujer se acomoda el pelo y hasta se endereza un poco para levantar los senos antes de seguir camino a su muerte. Pienso en su felicidad. En lo que cavila en ese momento frente al ventanal qué perros la muerden qué infinito la desprecia qué eternidad la seduce qué olvido la sentencia.

2 comentarios:

Sibila de Cumas dijo...

los perros de adentro, el pelo de las mujeres, la escritura...
volver es leerse de nuevo
un abrazo de recienvenida
verónica en minúscula

AnDRóMeDa dijo...

Genial escrito.
Verdadero, inquietante.
Un abrazo y un placer leerte!